Idea aureolar

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En el materialismo filosófico una idea aureolada es una idea que sólo puede considerarse como referida a un proceso real («realmente existente») cuando lo envuelve con una «aureola» tal que sea capaz de incorporar las referencias positivas («realmente existentes») a unas referencias aún no existentes, pero tales que sólo cuando son concebidas como realizadas en un futuro virtual, las referencias positivas pueden pasar a ser interpretadas como referencias de la idea aureolar. De este modo habrá que decir que la parte de la extensión interna «aún no realizada» o visible de la idea, se presenta como constitutiva de la parte realizada o visible, en tanto que ésta sólo cobra sentido como un momento del desarrollo del proceso global, en cuanto proceso «en marcha».

En la familia de las ideas aureolares figuran especialmente aquellas que suelen admitir el complemento expresado en la indicación «realmente existente»: Imperio universal (realmente existente), Democracia (realmente existente), Globalización (realmente existente), Comunismo (realmente existente), Iglesia católica (realmente existente), Dios (realmente existente).

Se trata de ideas aureoladas, porque ni el imperio universal, ni la democracia, ni la globalización, ni el comunismo soviético ni la Iglesia católica, ni Dios, han existido nunca ni pueden existir (y no basta decir que existen realmente, pero con déficits). Sin embargo no son ideas utópicas, porque las ideas utópicas se autodefinen como ideas que no existen realmente ni en el espacio ni en el tiempo, mientras que las ideas aureolares se supone que están ya existiendo (que son realmente existentes), pero siempre que se presuponga que están ya dadas las condiciones futuras de su propia existencia actual. Y de este supuesto sacan los imperialistas, los demócratas, los globalizadores, los comunistas, los católicos o los teístas la justificación de los avatares que suelen experimentar en el curso del proceso de realización de su idea aureolada, incluso, en mucho casos, la tranquilidad psicológica necesaria para mantener su firmeza en la desgracia experimentada en los momentos de depresión o caída del curso de la idea. Un alto dirigente comunista español lo decía muy bien, con toda su ingenuidad filosófica, explicando la razón por la cual, en la debacle republicana que siguió a la guerra civil española, fueron los comunistas, mejor que los anarquistas, quienes supieron mantenerse firmes en la derrota: «Ser comunista nos daba en aquellos momentos una ventaja moral y psicológica sobre los demás antifranquistas. Teníamos algo que no tenían los otros: la fe. Fe en que marchábamos en el sentido de la historia» (Santiago Carrillo, Memorias, Planeta, Barcelona 1993, pág. 307).