Categoría:Fetichismo, Magia y Religión

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Fetichismo –como religión, y como otros muchos términos del vocabulario antropológico (comenzando por el término «cultura»)–, son términos teóricos que se utilizan, unas veces, con pretensiones descriptivas (axiológicamente neutras), y otras veces, con intenciones normativas (axiológicamente polarizadas, de modo positivo o negativo). «Religión» tendría una connotación normativa ambivalente (positiva para unos, negativa para otros), mientras que «fetichismo» se sobreentenderá en un sentido claramente negativo (axiológica y normativamente negativo) como designando, por ejemplo, formas de conducta propias de los pueblos salvajes, o procesos de hipóstasis lógicas ilegítimas (el «fetichismo de la mercancía», del que habló Marx), o bien en su acepción psiquiátrica, como designando formas de la conducta patológica, una «sinécdoque» de la libido, podríamos decir. (El fetichismo, en los cuadros nosológicos de la Psiquiatría, figura como una perversión sexual.)

Sin duda, estas connotaciones axiológicas están en función de las concepciones globales ideológicas del grupo social al que pertenece quien habla. Un católico estará inclinado a utilizar el término «religión» con una connotación axiológica positiva, mientras que «fetichismo» será para él una degeneración, o un pecado (no necesariamente sexual), mientras que «cultura» será ambivalente. Pero no solamente un católico utiliza el término «fetichismo» con una connotación negativa; también el «racionalista ilustrado», y esto en función, obviamente, de sus coordenadas ideológicas globales respectivas.

Por nuestra parte, «reivindicamos» el fetichismo para subrayar las consecuencias que, desde el materialismo filosófico, podrían derivarse en orden al entendimiento del fetichismo como algo que, en modo alguno, puede considerarse siempre «aberración», «perversión», «degeneración», o «primitivismo» de la conducta humana, sino como una institución cuyas raíces acaso están plantadas en la arquitectura misma de la vida humana, y no sólo en las fases en las cuales ella comenzó a constituirse como un reino distinto del orden de los primates, sino en la actualidad.

El núcleo de la oposición entre magia y religión lo formularíamos de este modo: la magia se organiza, como su núcleo, en torno a una tecnología alfa-operatoria acausal (y no causal-aparente), orientada a obtener determinados objetivos (prolépticos) mediante la simulación intencional de una construcción de esos mismos objetivos propuestos. La religión, en cambio, sería, en principio, una tecnología alfa-operatoria de tipo causal (bien sea efectiva, si los númenes sobre los que opera son reales, bien sea meramente intencional, o realizada en la mera apariencia, si los númenes sobre los que opera son imaginarios). La aplicación cruzada (no formal) de las metodologías alfa tendrá lugar cuando aplicamos esta metodología a campos alfa, pero no formalmente, sino de suerte que sean los propios sujetos operatorios aquellos a los que se somete a la metodología alfa. Nos aproximaríamos así a la llamada magia «ceremonial», o «ritual», en la que se actúa por medio de conjuro o incantatio que se supone dirigido a demonios, o a otro tipo de númenes, a fin de obligarlos a realizar determinadas acciones; o también, lo que Henri Hubert llamó «magia indirecta», la que necesita la intervención de demonios, dioses o animales, y no la mera manipulación de objetos (como la magia directa).

El concepto de mago, que se deriva del concepto inicial de magia expuesto, se corresponde bastante bien con el concepto de mago, en sentido amplio, que Evans-Pritchard ofreció en su famoso estudio sobre los Azande; pues el mago, en sentido amplio, comprende tanto al mago que practica magia buena o neutra, acaso la magia de adivinación, como el hechicero que practica una magia maléfica: ambas tienen en común la tecnología alfa-operatoria acausal. Por ello el mago, y en particular el hechicero, se contradistinguen, en principio, del brujo precisamente porque el brujo no tiene mecanismos propios de las tecnologías alfa-operatorias o, si los utiliza, es siempre a partir de sus poderes no tecnológicos sino, por ejemplo, innatos (incluso heredados) o místicos.

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