Felicidad

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¿Quiénes son los hombres que se mantienen al margen del Principio de felicidad? Koyaanisqatsi (en lengua Hopi: Vida descontrolada), una película de 1982 dirigida por Godfrey Reggio

Término que diversas escuelas filosóficas identifican con la virtud y el bien, y que se considera como fin último del hombre. En general, todas las doctrinas que mantengan la posibilidad de alcanzar la felicidad son metafísicas, pues presuponen un destino del hombre que no cabe sostener salvo por quienes erróneamente conciben a la Humanidad como una totalidad distributiva.

Resulta demasiado grosero afirmar que la felicidad es una constante histórica en la vida humana, simplemente designada de distintas maneras y dotada de un significado unívoco. Porque precisamente la manera de designar esa felicidad indica distintas concepciones sobre la misma, muchas veces opuestas entre sí, y con implicaciones de doctrinas asimismo diversas y polémicas.

Hablaremos del conjunto «literatura sobre la felicidad» para contraponerla a otros conjuntos de objetos que tienen que ver con la felicidad pero no se relacionan ni con la literatura, ni con los libros. Son los conjuntos de hechos, experiencias, conceptos, doctrinas, &c., relacionados con la felicidad, pero más allá de los libros, delimitados respecto a otros conjuntos globales no felicitarios o ágrafos. Sin embargo, la literatura no se refiere sólo a los libros ni tampoco a la delimitación entre la Historia y la Prehistoria, sino a algo más circunscrito: aquellos contenidos que incluyen lo que denominaremos como «Principio de felicidad», en tanto que desde el mismo pueden reinterpretarse todos los fenómenos denominados «felicitarios». Este Principio de la felicidad lo reconoceremos en dos formulaciones, la débil y fuerte. Usaremos la expresión «Principio de felicidad» para referirnos al Principio débil de felicidad, y al Principio fuerte de felicidad lo denominaremos como «Supuesto de la felicidad».

El Supuesto de la felicidad considera que la felicidad es un elemento normativo: todos los hombres deben ser felices, implicando que quien no es feliz no es hombre.

Sin embargo, desde nuestra perspectiva asumiremos que la felicidad no puede ser la cuestión fundamental de la filosofía. Nos ocupamos de la felicidad humana cuando nos enfrentamos con la metafísica o con la ontología de la felicidad.

Ante todo, el campo de la felicidad lo entenderemos como campo gnoseológico relacionado especialmente con el campo de la Antropología Filosófica, envuelto a su vez por el campo felicitario.

El campo de la felicidad no sólo incluye palabras sino también a las cosas que ellas designan y a los sujetos que las transforman de diferentes modos e interactúan unos con otros. La felicidad es así un campo susceptible de ser trabajado por una o más técnicas o ciencias positivas, o también por disciplinas que mantengan o pretendan mantener alguna conexión con ellas. Es el caso de determinadas aplicaciones de «control de la felicidad» mediante técnicas de fisiología del sistema nervioso, o de las disciplinas académicas involucradas con la felicidad, como la Ética, la Política o la Teología.

Supondremos que la felicidad es una realidad que puede componerse en dos sectores: el interno o inmanente, y el externo o trascendente a él. Asimismo, esta misma realidad se separaría en dos clases de seres: personales e impersonales.

Aunque hayamos reconocido cierta unidad al campo de la felicidad, ello no implica el carácter unívoco de sus contenidos, sino más bien la diversidad irreductible de los mismos. Así, si suponemos que la felicidad sólo se realizase al nivel etológico-genérico, ésta sólo puede definirse frente a la infelicidad como el goce se define frente al dolor físico.

Ya Aristóteles criticó esta idea felicitaria al señalar que muchos confunden placer y felicidad.

En definitiva, Aristóteles entiende el placer como algo teórico, no meramente físico, lo que excluye de esta manera la posibilidad de hablar de felicidad entre los animales; la felicidad o la infelicidad es algo que desborda la mera sensación de bienestar o malestar.

Pero la felicidad puede ser también algo social, que desborde lo subjetual y se convierta en algo supraindividual, como las fiestas «jubilosas» de la tradición cristiana o la «fiesta nacional» en España, el toreo. En general, estos fenómenos de felicidad se refieren a instituciones tales como las celebraciones gozosas. También habrá que referirse aquí a ceremonias que, por contraposición, envuelven una infelicidad institucionalizada, como puedan serlo las ceremonias de tortura, o los entierros. Y sobre todo, en nuestros días, al bienestar que representa la denominada Sociedad del Bienestar o Estado del Bienestar, donde a todos los habitantes de los países desarrollados se les garantizaría una renta y sustento básicos por el mero hecho de existir. Aquí el fenómeno de la infelicidad sería la crisis económica que ha puesto en jaque a este modelo y ha conducido a millones de personas al desempleo y la falta de recursos.

De hecho, los conceptos de felicidad sugieren distintas formas de interpretar estos fenómenos, lo que denominaremos conceptos de la felicidad. Y es aquí donde la presunta concepción unívoca de la felicidad, que tantos profesores de filosofía suponen al señalar que es irrelevante denominarla beatitudo o makariótes, se nos revela como una impostura, pues más que un término unívoco es en realidad un término análogo.

Así, los conceptos de felicidad en los distintos idiomas delimitan distintas Ideas de Felicidad. Beatitudo o Laetitia parecen sugerir cierta idea de abundancia, ligada sobre todo a las cosechas y los frutos, pero en un sentido más amplio que señala también a los hombres: hacer bueno a alguien, por ejemplo. Esta concepción estimaría positivamente los frutos o acciones objetivos como bienes. Por el contrario, la eudaimonía griega se refiere más bien al estado de ánimo o disposición. Una felicidad que en todo caso está liberada de todo componente psicológico.

Así, muchos de quienes afirman haber «sentido» la felicidad, hacen referencia a Ideas tales como Dios o el Cosmos. Tal es el caso del famoso proceso inquisitorial de María de Cazalla, por haber afirmado ésta que durante la práctica del coito con su marido veía a Dios. En este caso, nadie podría restringir el concepto de felicidad de María de Cazalla al placer sexual que experimentaba, sino que ha de incluir la referencia a Dios como desborde del mero goce psicológico y subjetivo. De ahí que la Idea de Dios se vincule directamente con aquello que tradicionalmente ha sido considerado como el «destino del hombre», la Felicidad.

La forma de clasificar las distintas teorías y doctrinas de la felicidad la obtendremos siguiendo dos vías: la primera, clasificando las teorías felicitarias según su sentido, si afirman que existe un paso de la felicidad a la infelicidad o bien de la infelicidad a la felicidad, además de las neutras o dualistas, que pretenden mantenerse al margen de cualquier trayecto de la felicidad a la infelicidad y viceversa. Serían de dos tipos: bien dualistas, considerando que la felicidad proviene de la felicidad y la infelicidad de la infelicidad, bien correlacionistas, que intentan conjugar ambos momentos.

Respecto a las doctrinas felicitarias, el sentido de la clasificación será el de la distinción entre materialismo y espiritualismo, que desde el materialismo filosófico se demarca respecto a la afirmación de los vivientes: aquellas doctrinas que afirmen que los vivientes sólo pueden ser corpóreos, serán consideradas materialistas; aquellas que afirmen que pueden existir «vivientes incorpóreos», serán denominadas espiritualistas. Dentro de esta distinción principal, habrá doctrinas materialistas que consideren que todos los fenómenos pueden unificarse en la forma monista, o bien otras que reconozcan el carácter plural de estos fenómenos, lo que sería un materialismo pluralista. Asimismo, dentro del espiritualismo, habrá doctrinas que nieguen cualquier componente material corpóreo (espiritualismo exclusivo) y otras que, aun siendo espiritualistas, reconozcan algún lugar al cuerpo (espiritualismo asertivo).

Del cruce de estos dos criterios clasificatorios obtiene Gustavo Bueno una tabla de doce modelos de concepciones de la felicidad:

Doctrinas?
Teorías?
Espiritualismo simple (asertivo) Espiritualismo radical (exclusivo) Materialismo unitario o monista Materialismo pluralista
Descendentes Modelo I
Versión aristotélica
Versión tomista
Modelo IV
Versión neoplatónica
Versión idealista material
Modelo VII
Versión degeneracionista
Modelo X
Versión pesimista
Ascendentes Modelo II
Versión sabeliana
Modelo V
Versión idealista absoluta
Versión idealista objetiva
Modelo VIII
Versión progresista
Versión monista
Modelo XI
Versión emergentista
Neutras Modelo III
Versión dualista (psicologista. fisiologista)
Modelo VI
Versión gnóstica
Modelo IX
Versión eudemonista
Versión ilustrada
Versión pansexualista
Modelo XII
Versión estoica
Versión espinosista

Las dos teorías canónicas de la felicidad son las que corresponden a Aristóteles y Santo Tomás, debido a que cubren prácticamente el grueso de la Historia de la filosofía.

Aristóteles afirma que «la felicidad y el bien supremo constituyen el verdadero fin de la vida», «vivir según piden las virtudes».

Entonces, la felicidad, será algo propio de los héroes y de los dioses, los «bienaventurados», no siendo posible para el hombre alcanzar la felicidad salvo por analogía.

El Modelo II sería aquel que considera la felicidad como un fin a alcanzar en un futuro indefinido; el Modelo III sería una suerte de correlacionismo entre felicidad e infelicidad como el paralelismo entre el alma y el cuerpo, entre la res cogitans y la res extensa, de Descartes. El Modelo IV sería el del emanatismo de Plotino y el idealismo de Berkeley, en el que «el ser es percibido», siendo la felicidad humana la obediencia pasiva que podría prescribir cualquier iglesia cristiana.

El Modelo XII se correspondería con Espinosa, donde el amor a Dios no es el amor a un sujeto, sino el amor intelectual propio del sabio que ha alcanzado el «tercer género de conocimiento» y por lo tanto desborda cualquier tipo de subjetividad. Y este amor intelectual en el que consiste la felicidad es aquel con el que el propio Dios se ama a sí mismo.

Es interesante detenerse en el Modelo IX, que representa la época «ilustrada», con sus principales representantes en el materialismo corporeísta de La Mettrie y el idealismo trascendental de Kant. Constituye un anticipo de lo que denominaremos como «felicidad canalla». Un modelo de felicidad que se reduce al goce de los placeres sensuales, y que Kant subrayará al contraponer la felicidad a la virtud, suponiendo que la felicidad es ante todo felicidad subjetiva, placer o goce. La felicidad objetiva de la tradición filosófica pasa a ser así felicidad subjetiva, ahora con el estatuto de una ley universal de la Humanidad.

De hecho, con el surgimiento de la sociedad industrial y el consumo masivo, habrá muchos que piensen que la felicidad eterna, aquella por la que apostaban Pascal y Feijoo, no es posible al perder a Dios, pero se empeñarán en vivir de manera canalla, en apenas unos años, los contenidos tradicionales que se atribuían a la felicidad eterna, gozando sin medida de los placeres mundanos según el lema «carpe diem». La felicidad canalla queda así caracterizada como una cáscara vacía, una vez eliminado a Dios pero deseando que siga habiendo vida feliz.

El canalla, en lugar de asumir en consecuencia que negando la Idea de Dios se niega también la propia Idea de Felicidad, la mantienen en su privación como una mera cáscara vacía, una justificación ideológica del goce de los placeres mundanos cuyo único límite es la propia vida, el «carpe diem».

Sólo quien considere que el Género Humano tiene ya un destino preestablecido, ligado a Dios o al Cosmos, por ejemplo, creerá que el hombre puede ser feliz. Pero quienes han negado esas Ideas metafísicas de Dios o Cosmos, han de afirmar en consecuencia que no hay tal destino prefijado para la Humanidad, y por lo tanto negarán el Principio de la felicidad, tanto en su versión débil como fuerte: ¿acaso quien supone, como Fichte, que todos los hombres son felices, no está suponiendo que todos los hombres pueden alcanzar la felicidad, como afirmaba Séneca?

Negado el Principio de felicidad, no se negará sin embargo que el hombre goza de momentos de alegría, pero no por ello puede considerarse que el hombre esté destinado a ser feliz, ni tampoco que aquello que suele designarse como felicidad sea más que el seguir los modelos y los cauces que cada sociedad histórica marca a quienes viven en ellas.

Suponer que el disfrute es algo genérico a los valores de felicidad, sería considerar que todos los valores quedarían ecualizados en una sola vivencia de la felicidad, por lo que habrá que relacionar cada «estado de ánimo» con cada valor de felicidad, que no será reducible a los distintos estados de ánimo.

«¿Qué ideal de felicidad puede arraigar en esas masas de ciudadanos libres que saben que su vida cotidiana tiene que estar organizada cumpliendo las exigencias de ese autómata industrial y burocrático que ellos mismos constituyen por la misma concurrencia pletórica de sus libertades democráticas? En el caso de las masas humanas, la experiencia de la acumulación de las trayectorias libres, pero iguales, manifiesta los componentes aparentes de su libertad: que las decisiones de cada sujeto, aunque sean íntegramente suyas, no proceden de su libertad propia, sino de automatismos derivados de los mecanismos propios de la clase a la que pertenecen. La única felicidad posible parece abrirse ahora, cuando a cada uno se le abre también la posibilidad de salir de esa plétora, aunque sea de modo efímero. La felicidad que se encuentra en los fines de semana, en las vacaciones que nos liberan del trabajo cotidiano, y también de la vida en la gran ciudad. Pero ¿quién se atrevería, salvo las compañías de viajes, a no interpretar esos fines de semana o esas vacaciones (que vuelven otra vez a producir la acumulación pletórica de los que caminan hacia la libertad junto con otros que se agolpan en los aviones, en las carreteras, en las playas, incluso en los senderos solitarios) como una recaída en la misma trampa? Esas salidas, ¿no son simplemente puntos de una fuga saeculi, las válvulas psicológicas, que sólo por inercia, y por sus efectos dignificantes, se ponen en contacto con la felicidad (vacaciones felices o feliz fin de semana)? Los pocos (de entre los algunos) que logran la fuga efímera hacia la felicidad del fin de semana pueden volver acaso a experimentar la felicidad de los plebeyos. Pero la mayoría de esas masas seguirá conduciéndose al margen del Principio de felicidad, precisamente porque se comportará como se comportan los indios Hopi, aunque a escala masiva, a saber, como individuos que actúan obedeciendo a leyes deterministas». (Gustavo Bueno, El mito de la Felicidad, Ediciones B, Barcelona 2005, páginas 372-373.)

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