Godofredo Guillermo Leibniz

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Godofredo Guillermo Leibniz

Godofredo Guillermo Leibniz (Leipzig, 21 de junio de 1646 — Hannover, 14 de noviembre de 1716). Filósofo alemán nacido en una familia protestante de juristas. Extraordinariamente precoz, se convirtió en gran erudito en la filosofía escolástica y en el cartesianismo y el atomismo moderno. Trabajó como embajador en París, época en la que descubre el cálculo infinitesimal. Fundó la Academia de Ciencias de Berlín e intentó la unión de todas las religiones cristianas, sin éxito.

La filosofía de Leibniz supone una crítica al empirismo de Juan Locke y al mecanicismo cartesiano. En su Gnoseología, distingue dos tipos de verdades irreductibles entre sí: verdades de razón, propias de las matemáticas, que están enunciadas de forma necesaria, y verdades de hecho, basadas en la contingencia (por ejemplo: «César pasó el Rubicón»). Para superar la infinita distancia entre ambos tipos de verdades y negar el empirismo, diseña como fundamento de su filosofía la «mónada» o sustancia espiritual, extraída de la escolástica de Francisco Suárez. La «mónada» estaría presente en todos los cuerpos vivos y también en las relaciones físicas, donde las nociones de fuerza o infinito no serían explicables en función de puros mecanismos. La «mónada» suprema sería Dios, en tanto que se encarga de producir la armonía preestablecida o ajuste universal entre todas las mónadas para producir su acción. Este artificio no supera el ocasionalismo de Nicolás Malebranche y supone la eliminación de la Idea de Causa por una coordinación puramente metafísica.

1. El precursor del idealismo alemán

Leibniz es presentado como un «precursor del idealismo clásico alemán», y su filosofía surgió y se desarrolló mientras empezaba a desmoronarse el feudalismo en Alemania aunque el capitalismo no acababa de cuajar. La edición de 1963 se refiere a Leibniz como «idealista objetivo», aunque también puede leerse que Leibniz procuró sintetizar el materialismo mecanicista de Descartes y Hobbes con el aristotelismo escolástico. Esta edición concluye que la «concepción del mundo» de Leibniz «expresaba la ideología de compromiso de la burguesía alemana respecto al feudalismo». Asimismo esta edición anota que Leibniz incorporó a su filosofía la idea del lenguaje (cálculo) universal.

Leibniz descubrió el cálculo infinitesimal al mismo tiempo e independientemente de Newton. Leibniz también preconcibió la ley de conservación de la energía.

2. Las mónadas

La Idea clave en el sistema de Leibniz es la Idea de «mónada», término que viene del griego ????? y que significa unidad, esto es, «la unidad indivisible más simple». Simple quiere decir «sin parte» (Leibniz, Monadología § 1) y compuesto «un montón o aggregatum de simples» (§ 2).

De modo que Leibniz pone como fundamento de la Naturaleza a las mónadas, «ciertas sustancias espirituales (ideales) independientes» que son la base de todas las cosas y de toda la vida.

En la edición de 1980 leemos que Leibniz negaba que la materia, al poseer extensión y ser divisible, no podía ser sustancia.

«En cualquier caso, las imágenes fenoménicas de las Mónadas no tendrían por qué ser únicas. También el punto –como unidad límite del espacio–, el instante –cómo unidad mínima del tiempo–, o el conatus –como unidad mínima de la acción (energía, ímpetu)–, son imágenes y puntos de partida de la Idea de Mónada» (Gustavo Bueno «Introducción a la Monadología de Leibniz», pág. 16).

«Leibniz apeló de hecho a algunos descubrimientos de los microscopistas coetáneos (Leeuwenhoek, Hooke) que habían percibido unidades vivientes dentro de organismos macroscópicos pequeños (§ 68)… Sin duda, el concepto de célula fue configurado en parte precisamente por la influencia de la idea leibniciana de mónada: si las mónadas son células es porque las células, de algún modo, eran mónadas» (Gustavo Bueno, «Introducción a la Monadología de Leibniz», pág. 37).

«El punto sería la forma por la que nos aproximamos dialécticamente (por negación) a la idea de mónada. A fin de cuentas, la idea de una unidad inextensa es negativa, lo no espacial: pero la inespacialidad (la unidad inespacial) a la que podemos llegar a partir del espacio (puesto que la inespacialidad absoluta no nos es accesible) es el punto. El punto es inextenso, simple, no tiene partes, pero no es el vacío. Así, por ejemplo, el punto es un centro de todas las rectas que pasan por él, y de las infinitas rectas que forman parte de los círculos concéntricos infinitos que lo envuelven. Por un punto pasan todas las direcciones y sentidos posibles, y el punto por tanto las contiene a todas. También el punto contiene otras figuras planas, incluso sólidas» (Gustavo Bueno, «Introducción a la Monadología de Leibniz», págs. 44-45).

No obstante, no le queda más remedio que admitir que las mónadas «poseen algunas cualidades; en otro caso no serían ni siquiera Seres. Y si las substancias simples no difirieran por sus cualidades, no habría medio de darse cuenta de ningún cambio en las cosas» (Monadología § 8).

Si los átomos del atomismo antiguo eran en sí mismos inmóviles (al modo eleático), los átomos espirituales que son las mónadas están sujetos al cambio continuo en el perpetuo fluir de su pura inquietud en la continua fluencia de momentos o de estados (lo que compensa su inespacialidad). «Resuena aquí la concepción que Boecio se hizo de la eternidad de Dios (interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio), como si fuese la idea de Dios (más que las ideas psicológicas) el modelo en el que Leibniz se inspira aquí para su concepto de unidad de cada mónada. El tiempo queda, en todo caso, “del lado” de la vida interior de las mónadas, al modo agustiniano (más que al modo aristotélico), un modo que subsistirá en la concepción kantiana del Tiempo» (Gustavo Bueno, «Introducción a la Monadología de Leibniz», pág. 28).

En el sistema de Leibniz no hay propiamente mundo inorgánico, ya que «toda la Naturaleza es orgánica», es decir, es imposible, bajo el sistema monadológico, que haya naturaleza no viva. Esta es una tesis animista o hilozoista, esto es, la sustantificación de lo viviente frente a lo inorgánico. Frente al mecanicismo de Descartes, Leibniz tomaría partido por el vitalismo (o por el panpsiquismo).

Ahora bien, «el animismo leibniciano queda compensado por su gradualismo (los cuerpos físicos tienen percepciones, pero estas son inconscientes) y constituye, por otro lado, un camino hacia la neutralización de otros dualismos no menos “primitivos”, el dualismo cuerpo/espíritu» (Ibid. Pág. 38).

«La Idea de Mónada de la Monadología no se circunscribe al campo de la experiencia psicológica, sino que se configura, como Idea ontológica, en el momento de extenderse sistemáticamente a la totalidad de los fenómenos, en cuanto éstos son interpretados como “compuestos confusos” que piden ser resueltos en sus “partes simples” (las partes simples de las que habla la tesis de la Segunda antinomia kantiana)» (Gustavo Bueno, «Introducción a la Monadología de Leibniz», pág. 16).

3. El Dios de Leibniz

Desde el materialismo filosófico el sistema monadológico se nos presenta como inconsistente por ser Dios la mónada de las mónadas, pero «si Dios es una mónada, deberá, en su contenido representar a todas las demás (con lo que habrá de formar parte del mundo o el mundo de El). Pero, al mismo tiempo, si la esencia de Dios consiste en reflejarse a sí mismo, no podrá formar parte del mundo…» (Gustavo Bueno, «Introducción a la Monadología de Leibniz», pág. 35).

En el sistema monadológico todo está en todo, y por tanto tal sistema se desvincula del principio de symploké, esto es, del principio de discontinuidad e inconmensurabilidad por el que se toma partido, de modo apagógico, desde el materialismo filosófico contra el monismo dogmático y el pluralismo radical nihilista. Con lo cual el sistema monadológico cae bajo la dictadura del monismo, frente al espinosismo que se trata de un materialismo pluralista neutro.

4. La armonía preestablecida

La relación de las mónadas entre sí hace posible la «armonía preestablecida», y por ello este mundo es «el mejor de los mundos posibles» (en las ideas de Dios –dice Leibniz– hay infinidad de mundos posibles, pero sólo existe uno; luego si sólo existe uno es sin duda el mejor, pero también el peor; o, mejor dicho, ni puede ser el mejor ni el peor porque no hay otros mundos con los cuales pueda compararse; o, tal vez, puede compararse con los mundos posibles que no existen en la actualidad sino sólo en la mente de Dios como posibilidad).

Al explicar el movimiento, Leibniz caía en una contradicción, pues «las mónadas no actúan recíprocamente entre sí y, al mismo tiempo, forman un mundo único en movimiento y desarrollo, que es regulado por la armonía preestablecida, la cual depende de la mónada suprema (el absoluto, Dios)».

La armonía preestablecida se traducirá en «mano invisible» en Adam Smith y contribuirá a la ideología del libre mercado: «la armonía preestablecida, corresponde a una economía de mercado sin departamento de planificación –a diferencia de una economía dirigista, en la cual el departamento de planificación, el Estado, corresponde al Dios intervencionista de Malebranche» (Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, pág. 129). Para Leibniz la propiedad privada brota de la misma naturaleza humana. «Con esto Leibniz, a pesar de sus prevenciones, termina por entrar en el cuadro ideológico clásico del capitalismo. Los individuos se mueven por su propio interés y es precisamente en el egoísmo “monadológico” de cada cual –“yo no voy a comprar carne confiado en la benevolencia del carnicero”– sobre el que se construye el edificio económico social. Porque los diferentes egoísmos individuales se corresponden de tal manera que ocurre como si una 'mano oculta' los guiase hacia la prosperidad del conjunto» (Ibid., pág. 169).

5. Teoría del conocimiento

En teoría del conocimiento Leibniz trató de conciliar racionalismo y empirismo (como volvería a hacer Kant), pero, eso sí, «no somos más que Empíricos en las tres cuartas partes de nuestras Acciones. Por ejemplo, cuando se espera que amanecerá un nuevo día, se actúa como Empírico, porque esto ha ocurrido siempre así hasta ahora. Sólo el Astrónomo es el que lo juzga por razón» (Monadología § 28).

En la edición de 1963 podemos leer que Leibniz pensaba contra el sensualismo y empirismo de John Locke. Leibniz discrepaba con Locke en que la mente es una «tabula rasa» y negaba que en la experiencia sensorial estuviese el origen de la universalidad y la necesidad del saber y que éste estaba en el entendimiento. Pero esta posición de Leibniz no es la misma que la de las ideas innatas que defendía Descartes, pues se trata más bien de una variante, ya que tales ideas «se hallan incluidas en el entendimiento de modo análogo a como las vetas de la piedra se hallan en el bloque de mármol». Por decirlo en términos gnoseológicos de la teoría del cierre categorial, Leibniz se aproximaría a una posición más bien teoreticista y Locke a una posición más bien descripcionista.

Para Leibniz el criterio de verdad está en la claridad, la precisión y la ausencia de contradicciones en el entendimiento, y para ello se sirve de los principios de la lógica aristotélica: principio de identidad, de contradicción y de tercero excluido. Asimismo, Leibniz desarrolló el principio de razón suficiente y también el principio de lo mejor que garantiza la armonía preestablecida.

Hay que esperar a la edición de 1963 para que se haga mención a la noción leibniciana de «verdades de hecho» (no se mencionan las «verdades de razón»), y para alcanzar éstas es imprescindible el principio de razón suficiente. Leibniz distingue dos tipos de verdades: las verdades de hecho y las verdades de razón: «Las verdades de Razonamiento son necesarias, y su opuesto es imposible, y las de Hecho son contingentes y su opuesto es posible. Cuando una verdad es necesaria, se puede hallar su razón por medio de análisis, resolviéndola en ideas y verdades más simples, hasta que se llega a las primitivas» (Monadología § 33).

6. Monadología, dialéctica y evolucionismo

La monadología incorpora la dialéctica a su sistema, al comprender el movimiento interno de la materia y la conexión mutua de todas las formas de manifestación de la vida a través del entrelazamiento y la conexión de las mónadas. En Leibniz el movimiento físico está subordinado a la teleología, y su dialéctica –como observa la edición de 1980– «era idealista y teológica».

Leibniz no sólo influenció en el idealismo alemán, también en la teoría de la evolución de las especies. En el párrafo 82 de la Monadología podemos leer: «hay esto de particular en los Animales racionales, que sus pequeños Animales Espermáticos, en tanto que sólo son esto, tienen sólo Almas ordinarias o sensitivas; pero desde el momento en que ellos son elegidos, por decirlo así, alcanzan, por una concepción actual, la naturaleza humana, y sus almas sensitivas son elevadas al grado de la razón y a la prerrogativa de los Espíritus».

Según Leibniz, la Naturaleza no da saltos, pues consiste en un desarrollo mecánico continuo.

7. El Reino de la Naturaleza y el Reino de la Gracia

Leibniz distinguía entre el «Mundo Moral» y el «Mundo Natural», pero admite que hay armonía «entre el reino Físico de la Naturaleza y el reino Moral de la Gracia, es decir, entre Dios considerado como Arquitecto de la Máquina del universo y Dios considerado como Monarca de la ciudad divina de los Espíritus» (Monadología § 87). Asimismo, el Dios de Leibniz tiene más relación con el Nous de Anaxágoras que con el Acto Puro de Aristóteles, en tanto que se trata del Logos que, como razón universal, elige lo más racional.

Así podríamos clasificar la ontología especial leibniciana: «el reino de la Naturaleza (M1), que es un reino de apariencias o phaenomena bene fundata; el reino del Espíritu, que es el reino de las Mónadas (entendidas como entelequias o almas: Monadología, 63, 66), y que corresponde a M2, y Dios, como fundamento de la armonía, espacio de los posibles (M3)» (Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, pág. 54).

La filosofía de Leibniz es un eslabón insoslayable de la secularización, proceso de inversión teológica mediante, del Reino de la Gracia en el Reino de la Cultura.

8. ¿Es posible un Leibniz materialista?

Si –como decimos desde el materialismo filosófico– espiritualista es toda posición que defiende la posibilidad de vivientes incorpóreos y materialista el que defiende la imposibilidad de tales vivientes, entonces Leibniz tiene destellos de filósofo materialista. «Postular que toda alma haya de tener cuerpo es tanto como postular que toda alma (sustancia) haya de estar en coordinación con otras sustancias. De esta coordinación que, en realidad, es la coordinación del encuentro de las energías de cada sustancia brota el fenómeno del espacio y la zona de influencia espacial de cada centro sustancial energético será un compuesto con respecto del cual el alma o mónada viene a desempeñar la función de una forma (Gestalt) o entelequia aristotélica (§ 62)» (Gustavo Bueno, «Introducción a la Monadología de Leibniz», págs. 29-30).

No obstante, para Leibniz espacio y tiempo son fenómenos bien fundados (phenomena bene fundata), con lo cual prefigura el idealismo trascendental de las formas estéticas a priori de la sensibilidad que sostendría Kant. El tiempo se restringe al interior de cada mónada y el espacio al conjunto de todas las mónadas. (Daniel López Rodríguez · Godofredo Leibniz · 15 de mayo de 2019)

Sus principales obras son: Discurso de metafísica (1686), Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (1705), Ensayos de Teodicea (1710, único libro publicado en vida de su autor) y la Monadología (1714).

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