Jenófanes

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Jenófanes de Colofón nació probablemente hacia el 570 y murió muy anciano hacia el 465. En la época en que los medos tomaron Colofón (546/5) Jenófanes abandonaría su patria y emigraría hacia Sicilia; acaso incluso estuvo en Elea. Toda su vida fue la vida errante de un rapsoda que recita a Homero y también otros poemas de su propia invención. Entre ellos unos ??????, poemas satíricos contra el propio Homero, entre otros, criticando duramente el antropomorfismo de los poetas, la atribución a los dioses de adulterios, robos y asesinatos. ¿Cómo un rapsoda profesional, cuyo oficio ha de ser la defensa de Homero, puede al mismo tiempo desarrollar una crítica a Homero que habría de minar su propio oficio? Gompertz sugería que acaso Jenófanes, en la plaza pública, por el día, se ganaba la vida recitando a Homero y elogiándolo —pero, por las noches, en las casas de los ricos y poderosos (que el mismo Jenófanes nos ha descrito) desarrollaría su actividad de poeta precursor de la ilustración sofística. Werner Jaeger, en cambio, encuentra inverosímil esta cínica disociación de papeles en un hombre cuyos poemas respiran un aliento verdaderamente religioso: Jenófanes habría sido un rapsoda, pero rapsoda de un género nuevo, rapsoda de una metafísica monista (y de un universalismo obra genuina de los filósofos griegos, precisamente a partir de Jenófanes) en la que ya San Agustín había percibido la Idea de Dios monoteísta. Todavía, acaso, corpóreo, pero trascendente, de algún modo, al mundo de los fenómenos.

Ahora bien: la actividad de Jenófanes, tan original, no puede seguramente considerarse en la estricta línea de la actividad inaugurada por los filósofos metafísicos, aunque tenga muchos puntos de intersección con ellos (acaso podríamos hacemos una idea de su relación con Anaximandro o Parménides por analogía con la relación que Goethe pudo tener con Kant y Hegel). Desde luego, la idea de un Jenófanes fundador de la «Escuela eleática» está hoy día descartada por la crítica, sobre todo a partir de Reinhardt, que acuñó el esquema de la independencia de Parménides respecto de Jenófanes. La idea de Jenófanes fundador de la Escuela eleática procede de Aristóteles (Met. A, 5), acaso sobre la base de una indicación de Platón poco rigurosa, o bien más sistemática que histórica (en Sofista 242 D).

Es muy frecuente insistir en las conexiones jonias de Jenófanes. A fin de cuentas era jonio como el propio Pitágoras; sus pensamientos sobre cuestiones geológicas, paleontológicas o afines tienen el cuño de la Escuela milesia (el agua del mar es el origen de los ríos y acaso de la tierra, por ejemplo, de las estalagmitas). Jaeger llega a considerarlo como una suerte de discípulo de Anaximandro, que saca las consecuencias del Todo-ápeiron, aplicándolas al mundo teológico, que advierte que estas ideas se oponen al politeísmo antropomórfico. «Con esta negación [de la equiparación que los mitos introducen entre los viejos dioses y la forma o el pensamiento de los mortales] da el poeta a su saber, de reciente descubrimiento, una dirección fija y una fuerza impulsora de que carecía hasta entonces», dice Jaeger. Pero éste, interesado siempre en destacar una línea de progreso del pensamiento teológico, exagera la dependencia de Jenófanes respecto de Anaximandro. Por ejemplo, no comenta la circunstancia esencial de la enorme inferioridad cosmológica de Jenófanes respecto de Anaximandro (los astros, según el poeta, ya no giran: el sol es nuevo cada día; la Tierra está limitada por arriba, y por debajo se extiende ilimitadamente). Jenófanes ha criticado sin duda el dogmatismo de los milesios, pero ha estado por debajo de ellos. No es un profesional. Es también notable que ni Jaeger, ni Guthrie, ni Raven, ni tantos otros historiadores, se interesen por las relaciones entre Jenófanes y Pitágoras: ni siquiera mencionan la cuestión. Jenófanes, conocedor a su modo de los milesios —pero sin ser miembro de su Escuela— no es tampoco fundador de la Escuela eleática, que suponemos una alternativa a la Metafísica pitagórica. Jenófanes, precursor de algún modo de Parménides ¿qué actitud tuvo ante los pitagóricos?

Desde luego, parece que los conoció. Diógenes Laercio (IX, 18) dice explícitamente que Jenófanes mantuvo opiniones contrarias a Tales y a Pitágoras. Y, por otra parte, la divinización precisamente del Uno —no del ápeiron, o del cosmos, o del arjé o de la physis— ¿no nos obliga a ponerlo muy próximo a las ideas pitagóricas? Aristóteles nos transmite la famosa información (Met, A, 5, 986 b 21): «...Jenófanes fue el primero de ellos en poner esta unidad (Parménides parece fue discípulo suyo) aunque no aclaró nada acerca de si la unidad era la unidad de forma de Parménides o la de materia de Meliso; sino que, elevando los ojos al cielo dijo que lo Uno es el mismo dios». Ahora bien: ¿es posible que esta Unidad divinizada no tenga nada que ver con la Unidad pitagórica?

Es cierto que Jenófanes pudo haberse elevado a la divinización de lo Uno por caminos distintos de los pitagóricos (de su ingenuidad astronómica podemos deducir, desde luego, que el trato con las doctrinas pitagóricas no fue muy asiduo). Los caminos de Jenófanes han podido ser de índole más bien teológica que matemática: la unidad es una idea ontológica que se realiza tanto en Teología como en Aritmética. Pero, en todo caso, lo que sí parece evidente es que las ideas de Jenófanes han podido enfrentarse agudamente con las ideas pitagóricas relativas al discontinuismo de las unidades absolutas. Y lo que es más interesante: acaso este enfrentamiento se haya producido, no tanto en un terreno abstracto formal, ontológico formal, cuanto en el terreno teológico, que, con todo, realiza las mismas ideas. Si tenemos en cuenta la asociación entre la unidad y dios parece evidente que la doctrina pitagórica de las unidades absolutas, múltiples, puede considerarse como una versión ontomatemática del politeísmo. Pero Jenófanes estaba precisamente librando la batalla contra ese politeísmo, no ya necesariamente en el sentido de negar que hubiese más dioses que Zeus (Jaeger concede creencias politeístas a Jenófanes en virtud del fragmento 23: «existe un solo dios, el mayor entre los dioses y los hombres» —que otros interpretan como frase enfática, no literal, en beneficio del monoteísmo) sino simplemente en el sentido de negar la independencia de los dioses entre sí y con Zeus. Traducido a términos pitagóricos: el discontinuismo. El politeísmo extremado podía también ponerse en conexión con la peculiar soberanía pretendida por tantas ciudades griegas o incluso con un individualismo cada vez más acusado entre los mercaderes de las ciudades costeras: otro lugar en donde los esquemas de la unidad están realizando su dialéctica. En este contexto, cobran una inesperada significación las criticas de Jenófanes al antropomorfismo, de índole etnológica: «Los dioses de los etíopes son negros y de narices romas; mientras los de los tracios son blancos, de ojos azules y pelo rojo». Estos criterios, si nuestras correspondencias son objetivas, contendrían implícita la crítica a los dioses nacionales, a los dioses que aíslan una ciudad de las demás (una realización política del discontinuismo pitagórico). Por consiguiente, la aspiración a un Dios supremo, universalista, contiene virtualmente, en su primera fase, la aspiración a la federación de las ciudades (¿contra los medos?) presididos sus dioses por un Dios común y superior. Y si acaso ese dios común obligaba a rebasar la comunidad helénica y a acoger en su ámbito a los propios medos, la implantación política de Jenófanes tendría un signo muy distinto. El signo del misticismo capaz de considerar a las guerras religiosas como producto de los prejuicios, replegándose a lo eterno. En cualquier caso, Jenófanes ha vuelto sus armas —desde su idea de un Dios superior, el poderoso Zeus, que, sin moverse, sentado, hace mover y ordena a todos quienes le rodean— contra Homero (para quien la velocidad en la carrera de los dioses es divina) y contra Hesíodo (Jaeger cita el famoso pasaje de Las Suplicantes de Esquilo, en el que figura una expresión de la idea de Jenófanes, la idea del dios poderoso sin necesidad de moverse y sin esfuerzo, la idea de Dios precursora del Motor Inmóvil de Aristóteles).

Por último: el Uno-dios de Jenófanes ¿es personal, una mente, como el Nous de Anaxágoras que todo lo ve y todo lo oye? ¿Es trascendente al Cosmos e incorpóreo? ¿No se identifica precisamente con el mundo si nos atenemos a la letra de la información de Aristóteles antes citada?

En resolución: el monismo teológico de Jenófanes, precisamente en tanto pone a Zeus por encima de los dioses y se enfrenta al esquema del politeísmo de los dioses soberanos —esquema cuyo correlato político (la atomización en ciudades independientes y en individuos autónomos) es inmediato— ofrecía un correctivo enérgico al esquema pitagórico discontinuista. Incluso recordaba a los propios pitagóricos (también monistas, dice Aristóteles) que la doctrina de las unidades-múltiples absolutas debía ser inmediatamente rectificada. Es relativamente secundario que el propio Jenófanes se haya opuesto explícitamente a Pitágoras (como dice Laercio, aunque no nos indica en qué punto) o no. Lo principal es la presentación de una vigorosa dirección, en un paradigma, que muestra hasta qué punto la Metafísica pitagórica se desvía del monismo. Y también: que con el moldeamiento de esta unidad divina se inicia acaso un camino religioso y acosmista —por lo menos en embrión— suficiente para haber suscitado, de una parte, la irritación de Heráclito y, de otra, para haber servido de inspiración o de corroboración a un Parménides que caminaba por sus propias vías. Las tendencias acosmistas de Jenófanes no pueden demostrarse de un modo apodíctico. Cabe sugerir que estas tendencias pueden verse dadas virtualmente en el peculiar escepticismo de Jenófanes. Un escepticismo que, cuando se dirige contra los mitos, se transforma en ilustración racionalista («los dioses no revelaron todas las cosas desde el principio a los hombres, sino que éstos, por medio de la investigación, llegan a descubrirlas») pero que contiene también algún germen de agnosticismo, incluso de nihilismo, de acosmismo místico («nadie podrá conocer nunca la verdad sobre los dioses y sobre las demás cosas... sobre todas las cosas sólo hay opinión») (Gustavo Bueno, «La metafísica presocrática» Pentalfa Ediciones, Oviedo 1974, páginas 182-187).

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