Nicolás Malebranche

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Nicolás Malebranche

Nicolás Malebranche (París, 5 de agosto de 1638 – 13 de octubre de 1715). Teólogo y filósofo francés. Estudió Filosofía y Teología en el Collège de la Marche y la Sorbona, respectivamente, ingresando en la Congregación del Oratorio en 1660. Se encontró casualmente con el Tratado del hombre de Renato Descartes y, a partir de entonces, orientó su pensamiento por éste y por las obras de San Agustín y Arnoldo Geulincx. En 1674 y 1675 publicó los dos volúmenes de su obra fundamental, La búsqueda de la verdad, de gran éxito editorial.

Malebranche parte de la distinción en el espíritu humano del entendimiento y la voluntad, siendo la primera una facultad pasiva, que recibe las impresiones del alma, y la segunda, activa y con inclinación al bien. El conocimiento se obtiene por medio de cada idea ejemplar que Dios ha depositado en el hombre, de tal modo que las afecciones externas no son sino una causa ocasional para que se pongan en uso; se niega, por lo tanto, una causalidad efectiva y se sustituye por una coordinación entre cuerpo y espíritu. El alma, gracias a estar unida a Dios, adquiere el conocimiento («nosotros vemos todas las cosas en Dios»): Dios es el lugar de los espíritus, del mismo modo que el espacio es el lugar de los cuerpos. No habiendo posibilidad de conocer el mundo exterior, lo particular, pues sólo puede haber conocimiento de lo universal, debemos suponer nuestro mundo como una convención: el mundo existe porque así lo dice la Biblia.

«MALEBRANCHE (1638-1715).

Malebranche es un cartesiano. Adopta de Descartes su método y sus planteamientos en teoría del conocimiento así como su ontología. Es pues un típico representante del racionalismo continental del siglo XVII.

Hay dos tipos de substancias, la res cogitans y la res extensa.

En buena lógica, ni el alma puede actuar sobre el cuerpo ni el cuerpo puede actuar sobre el alma. Es más, ni las sustancias pensantes pueden actuar o influir a otras sustancias pensantes ni a sus pensamientos, ni los cuerpos pueden interactuar entre sí. Entre la res cogitans y la res extensa hay correspondencia, pero no interacción. Lo mismo puede predicarse respecto a los cuerpos y respecto a las sustancias pensantes. No hay pues causalidad transitiva entre las sustancias tanto si son de diferente clase como si son de igual clase. Sólo podemos hablar con propiedad de causas ocasionales, no de causas naturales, a decir de Malebranche.

Entonces sólo hay una causa verdadera, Dios. Dios quiere todo lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá. Hay una dependencia total de las criaturas de Dios. La única fuente del ser es Dios. La única fuente de la actividad es Dios. El alma no está unida a nuestro cuerpo, sino que sólo está unida a Dios. Dios es la verdadera y única causa.

Al igual que Descartes, Malebranche sostiene que sólo puede conocer sus ideas en su conciencia subjetiva, en su entendimiento. Según Descartes había ideas adventicias, facticias e innatas. Según Malebranche, todas las ideas proceden de Dios. La mente es totalmente pasiva, se limita a recibir tales ideas de Dios y a constatar que esas ideas se intuyen o contemplan en Dios. En parecidos términos se expresará unos años más tarde George Berkeley.

Vemos todas las cosas en Dios. Dios es el lugar de los espíritus como el espacio es el lugar de los cuerpos. Nuestras ideas están en la substancia eficaz de la divinidad, que es la única que puede afectar a nuestras inteligencias.

No conocemos las almas de otros hombres en sí mismas, sino porque es Dios quien nos informa de ellas. Lo que conozco de otros hombres lo conozco por revelación. No hay ninguna prueba de que los cuerpos existan fuera de nosotros. Sólo conocemos los cuerpos por las ideas o representaciones objetivas que de ellos tenemos y que proceden de Dios. No podemos demostrar la existencia de cuerpos y de un mundo externo a nuestra conciencia. No hay ninguna conexión necesaria entre la existencia de cuerpos y la causa de su existencia, a saber, Dios. Para saber si existen cuerpos necesitamos saber que existe Dios como ocurría en Descartes.» Felipe Giménez Pérez

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