Diferencia entre revisiones de «San Agustín»

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'''San Agustín''' (354-430) nació en Tagaste. Inicialmente estuvo influido por el [[sensualismo]] y el [[maniqueísmo]], pero tras dedicarse a enseñar la [[retórica]] sufre una transformación total, recibiendo el bautismo de [[San Ambrosio]] en 387 y siendo nombrado obispo de Hipona en 395. San Agustín es considerado autor poco sistemático, pero acuñador de las doctrinas más importantes y características del [[cristianismo]]. Suya es la [[doctrina]] de la iluminación divina, que señala que el [[hombre]] puede conocer una cosa gracias al [[ejemplar]] que [[Dios]] ha infundido en la [[mente]] humana; también suya es la concepción de la Trinidad cristiana, enunciada en ''De Trinitate'', y la doctrina del libre [[arbitrio]] enunciada en ''De libero arbitrio'', donde se señala que el Sumo [[Bien]] es Dios y, frente al maniqueísmo, el mal es producto del error humano, ya que el libre albedrío implica que pecamos libremente.
 
'''San Agustín''' (354-430) nació en Tagaste. Inicialmente estuvo influido por el [[sensualismo]] y el [[maniqueísmo]], pero tras dedicarse a enseñar la [[retórica]] sufre una transformación total, recibiendo el bautismo de [[San Ambrosio]] en 387 y siendo nombrado obispo de Hipona en 395. San Agustín es considerado autor poco sistemático, pero acuñador de las doctrinas más importantes y características del [[cristianismo]]. Suya es la [[doctrina]] de la iluminación divina, que señala que el [[hombre]] puede conocer una cosa gracias al [[ejemplar]] que [[Dios]] ha infundido en la [[mente]] humana; también suya es la concepción de la Trinidad cristiana, enunciada en ''De Trinitate'', y la doctrina del libre [[arbitrio]] enunciada en ''De libero arbitrio'', donde se señala que el Sumo [[Bien]] es Dios y, frente al maniqueísmo, el mal es producto del error humano, ya que el libre albedrío implica que pecamos libremente.
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{{cita|1=«'''MARCUS AURELIUS AUGUSTINUS. SAN AGUSTÍN (354-430).'''
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Es el primer gran filósofo cristiano. Es un neoplatónico cristiano que intenta hacer una gran filosofía cristiana alternativa y diferente a la filosofía neoplatónica pagana. Es el acuñador de las doctrinas más importantes y características del cristianismo.
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'''1. El alma.'''
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El hombre es un alma que se sirve de un cuerpo. Esto viene de Platón. Como cristiano que es, San Agustín tiene buen cuidado de recordar que el hombre es la unidad del alma y del cuerpo; cuando hace filosofía, vuelve a utilizar la filosofía neoplatónica. El alma tiene una trascendencia jerárquica sobre el cuerpo. El alma está unida al cuerpo por la acción que sobre él ejerce continuamente para vivificarlo.
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Resulta muy difícil saber cuál es el origen del alma. San Agustín no lo tiene nada claro al respecto.
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El cuerpo del hombre no es la tumba del alma como decía Platón en el Fedón ni es una prisión, sino más bien ocurre que ha llegado a ser así de hecho a consecuencia del pecado original, y el primer objeto de la vida moral consiste en librarnos de él.
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Por lo demás, no olvidemos nunca que el alma es inmortal, pero no es eterna, como en cambio sí que ocurría en Platón. No hay reencarnación del alma. El alma es creada por Dios de la nada y tampoco olvidemos que para un cristiano como San Agustín, las almas y los cuerpos están destinados en última instancia, al final de los tiempos, a resucitar. La resurrección de la carne, de los cuerpos es uno de los dogmas fundamentales del cristianismo.
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'''2. El conocimiento.'''
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Conocer es aprehender por el pensamiento un objeto que no cambia y cuya misma estabilidad permite retenerlo bajo la mirada del espíritu. De hecho, el alma encuentra en sí misma conocimientos que versan sobre objetos de este tipo. La verdad es algo diferente a la verificación empírica de una afirmación, de un hecho. La experiencia sólo nos da hechos, nunca necesidad.
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Las verdades son eternas e inmutables. Necesarias, inmutables y eternas: estos tres atributos se resumen diciendo que son verdaderas. Así, pues, su verdad depende, a fin de cuentas, de que tienen que ser, porque sólo es verdadero lo que verdaderamente existe. Nuestra alma está en posesión de conocimientos verdaderos e innatos. Sin embargo, nuestros conocimientos verdaderos no proceden de la experiencia. La verdad no es algo empírico. La verdad está en la razón, por encima de la razón.
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En el hombre hay algo que lo trasciende. Es la verdad. Las verdades presentes en la razón humana apuntan hacia algo trascendente. Es Dios, la fuente de las verdades eternas. Doctrina de la iluminación divina. El hombre  puede conocer una cosa gracias al ejemplar  .que Dios ha infundido en la mente humana. Dios es la luz que ilumina el alma y la razón humana. Dios ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Gracias a tal iluminación, podemos llegar a conocer las verdades universales, necesarias e inmutables y podemos tener conocimiento de las Ideas que están en Dios.
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'''3. Dios.'''
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Dios es inefable y es más fácil hacer teología negativa sobre él que teología positiva. Se le puede llamar a Dios Ipsum esse subsistens. Dios le dijo a Moisés: Ego sum qui sum. Propiamente hablando la denominación de esencia, de realidad plena y total sólo le conviene a Dios (essentia). Sabemos que Dios existe porque existe la verdad, pero no podemos conocerlo porque su naturaleza se nos escapa.
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Dios es Uno y Trino. Agustín concibe la naturaleza divina antes que las personas. Su fórmula de la Trinidad será: una sola naturaleza divina subsistiendo en tres personas.
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Dios ha creado el mundo ex nihilo. Las cosas por eso no pueden existir por sí mismas.
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Es seguro que Dios, por estar dotado de suprema inmutabilidad, no ha desplegado su acción creadora a través del tiempo. Expresándose por completo en su Verbo, contiene eternamente en Sí los modelos arquetípicos de todos los seres posibles, sus formas inteligibles, sus leyes, sus pesos, medidas y números. Estos modelos eternos son las Ideas increadas y consustanciales con Dios con igual consustancialidad que el Verbo. Para crear el mundo, Dios no ha tenido más que decirlo; al decirlo, lo ha querido y lo ha hecho. De una sola vez, sin sucesión de tiempo, ha hecho existir la totalidad de lo que fue entonces, de lo que es actualmente y de lo que será en adelante. Todos los seres futuros han sido, pues, producidos desde el origen, junto con la materia, pero en forma de gérmenes (rationes seminales) que debían o deben aún desarrollarse en el decurso de los tiempos, según el orden y las leyes que Dios mismo ha previsto.
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La historia del mundo es la historia de un despliegue o evolución perpetuos. En Adán están en potencia todos los hombres de la Historia.
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Las más nobles criaturas de Dios son los ángeles. A continuación viene el hombre, pero compuesto de cuerpo y de alma. El alma se halla unida al cuerpo por una inclinación natural que la mueve a vivificarlo y a moverlo.
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'''4. De libero arbitrio.'''
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Dios es el Bien Absoluto e inmutable. Como el hombre ha sido creado de la nada, la naturaleza humana sólo es buena en la medida en que es; pero, en esta misma medida es buena. El  bien es proporcional al ser. El mal no existe, más que tener causa eficiente, tiene causa deficiente. San Agustín formula la doctrina del libre arbitrio  enunciada en De libero arbitrio, donde se señala  que el Sumo Bien es Dios  y, frente al maniqueísmo, el mal es producto del error humano,  ya que el libre albedrío implica que pecamos libremente. El mal es una privación. El pecado original ha producido la rebelión del cuerpo contra el alma, de donde proceden la concupiscencia y la ignorancia.
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En el estado de caída en que se encuentra, el alma no puede salvarse por sus propias fuerzas. El hombre ha podido caer espontáneamente, es decir, por su libre albedrío; pero su libre albedrío no le basta para levantarse.  No basta con querer, hace falta, además, poder. El hombre es incapaz de levantarse sin la gracia de la Redención, y su éxito al hacerlo con el auxilio divino. Es necesaria la gracia. La gracia divina le es necesaria al libre albedrío del hombre para luchar eficazmente contra los asaltos de la concupiscencia, desordenada por el pecado, y para merecer ante Dios. La gracia precede en nosotros, a todo esfuerzo eficaz para levantarnos.
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Hay que distinguir entre libertad y libre arbitrio.
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1. La libertad. Que el ser humano sea libre, implica que tiene capacidad para elegir entre el bien y el mal. Por libertad entiende San Agustín el estado de bienaventuranza o felicidad en el que el ser humano goza de Dios y no puede pecar
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Desde el punto de vista teológico el creyente se encuentra en una situación de cierto dramatismo, porque puede salvarse, si elige el bien, o condenarse, si opta por el mal. Aún más: aunque elija el bien por su libertad, él sólo no puede salvarse, debido al pecado de origen, sino que necesita de la ayuda divina, es decir, de la gracia. Además, la apuesta por el bien no tiene solamente un carácter individual, sino también social. Esto último lo simboliza Agustín en las ???dos ciudades??? de su obra ???La ciudad de Dios???
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2. El libre arbitrio. Por libre albedrío hay que entender la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, lo que es propiedad de los seres humanos.
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Este asunto enfrentó a San Agustín con los maniqueos (seguidores de la doctrina de Manes) y los pelagianos (seguidores de la doctrina de Pelagio), ambos coetáneos de San Agustín.
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Manes era un pensador persa que defendía un dualismo de dos principios opuestos, el bien y el mal o la materia y el espíritu. Cuando predomina el principio del mal, el hombre se ve obligado a pecar, sin que tenga ninguna culpa o responsabilidad y,  por tanto, sin tener que ser castigado. Contrariamente, el principio del bien le conduce a actuar conforme a la virtud, sin que tenga ningún mérito. Todo está, pues, establecido de antemano, según la concepción maniquea, y no existe capacidad de elección.
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Contra los maniqueos, Agustín defiende la existencia de la voluntad o libre albedrío, que puede elegir sin la coacción del principio del mal. Elegir el mal es responsabilidad del hombre libre, que no puede achacar a un principio o dios malo. Mediante el libre albedrío y la ayuda de la gracia, los seres humanos pueden orientarse hacia el bien.
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Pelagio, cuyo nombre original irlandés era Morgan y en celta ???hombre del mar???, de ahí su nombre latino de Pelagius, mantenía que la redención libró al hombre del pecado y lo salvó, dándole la posibilidad de llevar una vida limpia, mediante la gracia recibida. Por tanto, no hace el mal.
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Agustín oponía a esta doctrina la existencia del pecado original, con cuya marca nacen todos los seres humanos. Al ser concebido el hombre con esa mancha, es un pecador, pero el libre albedrío, apoyado en la gracia, puede conducirle al bien. De este modo ???Dios juzgó más conveniente sacar bienes de los males que impedir todos los males???.
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Por sí mismo el hombre sólo puede pecar, por eso necesita la ayuda divina. ???No basta la sola voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios; tampoco sería suficiente la misericordia de Dios, si no la acompañara la voluntad del hombre???.
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Así, de una manera tan matizada, San Agustín salva, a la vez, la libertad y el libre arbitrio, haciendo compatibles estos dos términos. La libertad en cuanto libertad se perdió a causa del pecado original, pero Dios concedió al ser humano el libre albedrío para que pudiera elegir el bien y salvarse con ayuda de la gracia.
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Todo esto se dice en el libro de San Agustín ???De libero arbitrio???, ???Del libre albedrío???. Este libro lo escribió San Agustín en Roma, Tagaste e Hipona entre los años 386 y 395 y consta, a su vez, de tres libros, con el diálogo entre el autor y su amigo Evodius.
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El libro I trata del mal. Si Dios lo ha creado todo, también será responsable del mal.
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El libro II reflexiona sobre estas dos cuestiones:
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1. ¿Por qué nos ha dado Dios la libertad, causa del pecado?
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2. Objeción: Si el libre albedrío ha sido dado para el bien, ¿cómo es que obra el mal?
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Se pregunta el autor si existe Dios, del que todo procede. Responde afirmativamente por la ordenación de la realidad que estableció su sabiduría. Lo creado participa (platonismo) de una forma trascendente (Dios), argumenta Agustín, siguiendo las huellas platónicas.
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El libro III reflexiona acerca de la libertad. Se pregunta si es compatible con la presciencia divina. Responde que sí. El pecado desordena el mundo, por lo que debe ser castigado para restablecer la justicia. El hombre cuenta con la gracia para ordenarse bien, sin desviarse hacia el pecado, del que es responsable por la libre decisión de su voluntad (liberum arbitrium voluntatis), de donde procede el título de la obra. Si opta por lo primero tendrá una vida feliz, mientras que si hace el mal, se alejará de Dios por su pecado.
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Existe el libre albedrío, que Dios concedió al hombre para que lo utilice bien, en lugar de emplearlo para pecar, cosa que puede hacer bajo su responsabilidad. Es preferible pecar a que todo esté determinado por la voluntad absoluta de Dios, pero entonces viene el castigo, que no es un mal, sino un bien para que el hombre pueda rectificar y perfeccionarse a sí mismo.
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El problema del mal fue una preocupación permanente en la vida de San Agustín, atormentándose con su pesadumbre. El mal no viene de Dios, que sólo lo permite para dirigirlo a un bien mayor.
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El mal procede de los hombres, que se apartan de Dios, se alienan de Dios por el pecado por el mal uso que hacen de la libertad humana y de una mala elección: ???Dios dotó a la criatura racional de un libre albedrío con tales características que, si quería, podía abandonar a Dios, es decir, su felicidad, cayendo entonces en la desgracia??? (La ciudad de Dios, XXII, 1, 2).  ¿Por qué posee el hombre el libre albedrío? Porque los mandatos divinos, que aparecen en la Escritura, de nada servirían si los humanos no tuvieran libertad para realizarlos. Entonces, sencillamente, no se habrían dado. Algo parecido ocurre con la gracia: si los hombres la tuvieran por sus solos méritos, entonces Dios no la hubiese concedido.
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'''5. La ciudad de Dios.'''
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Un pueblo, una sociedad, es el conjunto de hombres unidos en la prosecución y en el amor del mismo bien. Los hombres vivimos en ciudades temporales. Los cristianos forman la Iglesia, la Ciudad de Dios. Los que fueron, los que son y los que serán son todos los elegidos que son miembros de la Ciudad de Dios. La Ciudad de Dios se halla mezclada con la Ciudad temporal. Las dos ciudades se encuentran mezcladas entre sí.; pero al final, en el día del Juicio Final, serán separadas y constituidas distintamente.
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La Ciudad de Dios es la gran obra empezada con la creación y que da sentido a la historia universal. San Agustín en ???De civitate Dei??? (416) traza una teología de la historia universal. Todos los acontecimientos culminantes de la historia universal son otros tantos momentos en la realización del plan querido y previsto por Dios. Toda esta historia está penetrada de un gran misterio, que no es otro que el de la caridad divina actuando siempre  para restaurar una creación desordenada por el pecado. La predestinación del pueblo elegido y de los justos a la bienaventuranza es la expresión de esta caridad. Nuestra razón ignora por qué unos se salvarán y otros no, ya que esto es un secreto de Dios; pero podemos estar seguros de una cosa: de que Dios no condena a ningún hombre sin una equidad plenamente justificada, y esto aunque la equidad de la sentencia se nos oculte tan profundamente que nuestra razón no pueda sospechar siquiera lo que es.»|2=[http://www.nodulo.org/ec/aut/fgp.htm Felipe Giménez Pérez]}}
  
 
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Revisión de 22:22 21 jun 2012

San Agustín de Hipona

San Agustín (354-430) nació en Tagaste. Inicialmente estuvo influido por el sensualismo y el maniqueísmo, pero tras dedicarse a enseñar la retórica sufre una transformación total, recibiendo el bautismo de San Ambrosio en 387 y siendo nombrado obispo de Hipona en 395. San Agustín es considerado autor poco sistemático, pero acuñador de las doctrinas más importantes y características del cristianismo. Suya es la doctrina de la iluminación divina, que señala que el hombre puede conocer una cosa gracias al ejemplar que Dios ha infundido en la mente humana; también suya es la concepción de la Trinidad cristiana, enunciada en De Trinitate, y la doctrina del libre arbitrio enunciada en De libero arbitrio, donde se señala que el Sumo Bien es Dios y, frente al maniqueísmo, el mal es producto del error humano, ya que el libre albedrío implica que pecamos libremente.

«MARCUS AURELIUS AUGUSTINUS. SAN AGUSTÍN (354-430).

Es el primer gran filósofo cristiano. Es un neoplatónico cristiano que intenta hacer una gran filosofía cristiana alternativa y diferente a la filosofía neoplatónica pagana. Es el acuñador de las doctrinas más importantes y características del cristianismo.

1. El alma.

El hombre es un alma que se sirve de un cuerpo. Esto viene de Platón. Como cristiano que es, San Agustín tiene buen cuidado de recordar que el hombre es la unidad del alma y del cuerpo; cuando hace filosofía, vuelve a utilizar la filosofía neoplatónica. El alma tiene una trascendencia jerárquica sobre el cuerpo. El alma está unida al cuerpo por la acción que sobre él ejerce continuamente para vivificarlo.

Resulta muy difícil saber cuál es el origen del alma. San Agustín no lo tiene nada claro al respecto.

El cuerpo del hombre no es la tumba del alma como decía Platón en el Fedón ni es una prisión, sino más bien ocurre que ha llegado a ser así de hecho a consecuencia del pecado original, y el primer objeto de la vida moral consiste en librarnos de él.

Por lo demás, no olvidemos nunca que el alma es inmortal, pero no es eterna, como en cambio sí que ocurría en Platón. No hay reencarnación del alma. El alma es creada por Dios de la nada y tampoco olvidemos que para un cristiano como San Agustín, las almas y los cuerpos están destinados en última instancia, al final de los tiempos, a resucitar. La resurrección de la carne, de los cuerpos es uno de los dogmas fundamentales del cristianismo.

2. El conocimiento.

Conocer es aprehender por el pensamiento un objeto que no cambia y cuya misma estabilidad permite retenerlo bajo la mirada del espíritu. De hecho, el alma encuentra en sí misma conocimientos que versan sobre objetos de este tipo. La verdad es algo diferente a la verificación empírica de una afirmación, de un hecho. La experiencia sólo nos da hechos, nunca necesidad.

Las verdades son eternas e inmutables. Necesarias, inmutables y eternas: estos tres atributos se resumen diciendo que son verdaderas. Así, pues, su verdad depende, a fin de cuentas, de que tienen que ser, porque sólo es verdadero lo que verdaderamente existe. Nuestra alma está en posesión de conocimientos verdaderos e innatos. Sin embargo, nuestros conocimientos verdaderos no proceden de la experiencia. La verdad no es algo empírico. La verdad está en la razón, por encima de la razón.

En el hombre hay algo que lo trasciende. Es la verdad. Las verdades presentes en la razón humana apuntan hacia algo trascendente. Es Dios, la fuente de las verdades eternas. Doctrina de la iluminación divina. El hombre puede conocer una cosa gracias al ejemplar .que Dios ha infundido en la mente humana. Dios es la luz que ilumina el alma y la razón humana. Dios ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Gracias a tal iluminación, podemos llegar a conocer las verdades universales, necesarias e inmutables y podemos tener conocimiento de las Ideas que están en Dios.

3. Dios.

Dios es inefable y es más fácil hacer teología negativa sobre él que teología positiva. Se le puede llamar a Dios Ipsum esse subsistens. Dios le dijo a Moisés: Ego sum qui sum. Propiamente hablando la denominación de esencia, de realidad plena y total sólo le conviene a Dios (essentia). Sabemos que Dios existe porque existe la verdad, pero no podemos conocerlo porque su naturaleza se nos escapa.

Dios es Uno y Trino. Agustín concibe la naturaleza divina antes que las personas. Su fórmula de la Trinidad será: una sola naturaleza divina subsistiendo en tres personas.

Dios ha creado el mundo ex nihilo. Las cosas por eso no pueden existir por sí mismas.

Es seguro que Dios, por estar dotado de suprema inmutabilidad, no ha desplegado su acción creadora a través del tiempo. Expresándose por completo en su Verbo, contiene eternamente en Sí los modelos arquetípicos de todos los seres posibles, sus formas inteligibles, sus leyes, sus pesos, medidas y números. Estos modelos eternos son las Ideas increadas y consustanciales con Dios con igual consustancialidad que el Verbo. Para crear el mundo, Dios no ha tenido más que decirlo; al decirlo, lo ha querido y lo ha hecho. De una sola vez, sin sucesión de tiempo, ha hecho existir la totalidad de lo que fue entonces, de lo que es actualmente y de lo que será en adelante. Todos los seres futuros han sido, pues, producidos desde el origen, junto con la materia, pero en forma de gérmenes (rationes seminales) que debían o deben aún desarrollarse en el decurso de los tiempos, según el orden y las leyes que Dios mismo ha previsto.

La historia del mundo es la historia de un despliegue o evolución perpetuos. En Adán están en potencia todos los hombres de la Historia.

Las más nobles criaturas de Dios son los ángeles. A continuación viene el hombre, pero compuesto de cuerpo y de alma. El alma se halla unida al cuerpo por una inclinación natural que la mueve a vivificarlo y a moverlo.

4. De libero arbitrio.

Dios es el Bien Absoluto e inmutable. Como el hombre ha sido creado de la nada, la naturaleza humana sólo es buena en la medida en que es; pero, en esta misma medida es buena. El bien es proporcional al ser. El mal no existe, más que tener causa eficiente, tiene causa deficiente. San Agustín formula la doctrina del libre arbitrio enunciada en De libero arbitrio, donde se señala que el Sumo Bien es Dios y, frente al maniqueísmo, el mal es producto del error humano, ya que el libre albedrío implica que pecamos libremente. El mal es una privación. El pecado original ha producido la rebelión del cuerpo contra el alma, de donde proceden la concupiscencia y la ignorancia.

En el estado de caída en que se encuentra, el alma no puede salvarse por sus propias fuerzas. El hombre ha podido caer espontáneamente, es decir, por su libre albedrío; pero su libre albedrío no le basta para levantarse. No basta con querer, hace falta, además, poder. El hombre es incapaz de levantarse sin la gracia de la Redención, y su éxito al hacerlo con el auxilio divino. Es necesaria la gracia. La gracia divina le es necesaria al libre albedrío del hombre para luchar eficazmente contra los asaltos de la concupiscencia, desordenada por el pecado, y para merecer ante Dios. La gracia precede en nosotros, a todo esfuerzo eficaz para levantarnos.

Hay que distinguir entre libertad y libre arbitrio.

1. La libertad. Que el ser humano sea libre, implica que tiene capacidad para elegir entre el bien y el mal. Por libertad entiende San Agustín el estado de bienaventuranza o felicidad en el que el ser humano goza de Dios y no puede pecar

Desde el punto de vista teológico el creyente se encuentra en una situación de cierto dramatismo, porque puede salvarse, si elige el bien, o condenarse, si opta por el mal. Aún más: aunque elija el bien por su libertad, él sólo no puede salvarse, debido al pecado de origen, sino que necesita de la ayuda divina, es decir, de la gracia. Además, la apuesta por el bien no tiene solamente un carácter individual, sino también social. Esto último lo simboliza Agustín en las ???dos ciudades??? de su obra ???La ciudad de Dios???

2. El libre arbitrio. Por libre albedrío hay que entender la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, lo que es propiedad de los seres humanos.

Este asunto enfrentó a San Agustín con los maniqueos (seguidores de la doctrina de Manes) y los pelagianos (seguidores de la doctrina de Pelagio), ambos coetáneos de San Agustín.

Manes era un pensador persa que defendía un dualismo de dos principios opuestos, el bien y el mal o la materia y el espíritu. Cuando predomina el principio del mal, el hombre se ve obligado a pecar, sin que tenga ninguna culpa o responsabilidad y, por tanto, sin tener que ser castigado. Contrariamente, el principio del bien le conduce a actuar conforme a la virtud, sin que tenga ningún mérito. Todo está, pues, establecido de antemano, según la concepción maniquea, y no existe capacidad de elección.

Contra los maniqueos, Agustín defiende la existencia de la voluntad o libre albedrío, que puede elegir sin la coacción del principio del mal. Elegir el mal es responsabilidad del hombre libre, que no puede achacar a un principio o dios malo. Mediante el libre albedrío y la ayuda de la gracia, los seres humanos pueden orientarse hacia el bien.

Pelagio, cuyo nombre original irlandés era Morgan y en celta ???hombre del mar???, de ahí su nombre latino de Pelagius, mantenía que la redención libró al hombre del pecado y lo salvó, dándole la posibilidad de llevar una vida limpia, mediante la gracia recibida. Por tanto, no hace el mal.

Agustín oponía a esta doctrina la existencia del pecado original, con cuya marca nacen todos los seres humanos. Al ser concebido el hombre con esa mancha, es un pecador, pero el libre albedrío, apoyado en la gracia, puede conducirle al bien. De este modo ???Dios juzgó más conveniente sacar bienes de los males que impedir todos los males???.

Por sí mismo el hombre sólo puede pecar, por eso necesita la ayuda divina. ???No basta la sola voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios; tampoco sería suficiente la misericordia de Dios, si no la acompañara la voluntad del hombre???.

Así, de una manera tan matizada, San Agustín salva, a la vez, la libertad y el libre arbitrio, haciendo compatibles estos dos términos. La libertad en cuanto libertad se perdió a causa del pecado original, pero Dios concedió al ser humano el libre albedrío para que pudiera elegir el bien y salvarse con ayuda de la gracia.

Todo esto se dice en el libro de San Agustín ???De libero arbitrio???, ???Del libre albedrío???. Este libro lo escribió San Agustín en Roma, Tagaste e Hipona entre los años 386 y 395 y consta, a su vez, de tres libros, con el diálogo entre el autor y su amigo Evodius.

El libro I trata del mal. Si Dios lo ha creado todo, también será responsable del mal.

El libro II reflexiona sobre estas dos cuestiones:

1. ¿Por qué nos ha dado Dios la libertad, causa del pecado?

2. Objeción: Si el libre albedrío ha sido dado para el bien, ¿cómo es que obra el mal?

Se pregunta el autor si existe Dios, del que todo procede. Responde afirmativamente por la ordenación de la realidad que estableció su sabiduría. Lo creado participa (platonismo) de una forma trascendente (Dios), argumenta Agustín, siguiendo las huellas platónicas.

El libro III reflexiona acerca de la libertad. Se pregunta si es compatible con la presciencia divina. Responde que sí. El pecado desordena el mundo, por lo que debe ser castigado para restablecer la justicia. El hombre cuenta con la gracia para ordenarse bien, sin desviarse hacia el pecado, del que es responsable por la libre decisión de su voluntad (liberum arbitrium voluntatis), de donde procede el título de la obra. Si opta por lo primero tendrá una vida feliz, mientras que si hace el mal, se alejará de Dios por su pecado.

Existe el libre albedrío, que Dios concedió al hombre para que lo utilice bien, en lugar de emplearlo para pecar, cosa que puede hacer bajo su responsabilidad. Es preferible pecar a que todo esté determinado por la voluntad absoluta de Dios, pero entonces viene el castigo, que no es un mal, sino un bien para que el hombre pueda rectificar y perfeccionarse a sí mismo.

El problema del mal fue una preocupación permanente en la vida de San Agustín, atormentándose con su pesadumbre. El mal no viene de Dios, que sólo lo permite para dirigirlo a un bien mayor.

El mal procede de los hombres, que se apartan de Dios, se alienan de Dios por el pecado por el mal uso que hacen de la libertad humana y de una mala elección: ???Dios dotó a la criatura racional de un libre albedrío con tales características que, si quería, podía abandonar a Dios, es decir, su felicidad, cayendo entonces en la desgracia??? (La ciudad de Dios, XXII, 1, 2). ¿Por qué posee el hombre el libre albedrío? Porque los mandatos divinos, que aparecen en la Escritura, de nada servirían si los humanos no tuvieran libertad para realizarlos. Entonces, sencillamente, no se habrían dado. Algo parecido ocurre con la gracia: si los hombres la tuvieran por sus solos méritos, entonces Dios no la hubiese concedido.

5. La ciudad de Dios.

Un pueblo, una sociedad, es el conjunto de hombres unidos en la prosecución y en el amor del mismo bien. Los hombres vivimos en ciudades temporales. Los cristianos forman la Iglesia, la Ciudad de Dios. Los que fueron, los que son y los que serán son todos los elegidos que son miembros de la Ciudad de Dios. La Ciudad de Dios se halla mezclada con la Ciudad temporal. Las dos ciudades se encuentran mezcladas entre sí.; pero al final, en el día del Juicio Final, serán separadas y constituidas distintamente.

La Ciudad de Dios es la gran obra empezada con la creación y que da sentido a la historia universal. San Agustín en ???De civitate Dei??? (416) traza una teología de la historia universal. Todos los acontecimientos culminantes de la historia universal son otros tantos momentos en la realización del plan querido y previsto por Dios. Toda esta historia está penetrada de un gran misterio, que no es otro que el de la caridad divina actuando siempre para restaurar una creación desordenada por el pecado. La predestinación del pueblo elegido y de los justos a la bienaventuranza es la expresión de esta caridad. Nuestra razón ignora por qué unos se salvarán y otros no, ya que esto es un secreto de Dios; pero podemos estar seguros de una cosa: de que Dios no condena a ningún hombre sin una equidad plenamente justificada, y esto aunque la equidad de la sentencia se nos oculte tan profundamente que nuestra razón no pueda sospechar siquiera lo que es.» Felipe Giménez Pérez

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