Bello

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Uno de los trascendentales señalados por Felipe el Canciller. Para Kant, es aquello que agrada universalmente y sin concepto.

Una larga tradición afirma que el rasgo distintivo del arte es que produce belleza. El arte, según esta definición, sería aquella clase de actividad humana que aspira y logra producir formas estéticas bellas. La conexión que existe entre el arte y la belleza es, en efecto, una idea muy antigua. Pero ocurre con esta definición como con la caracterización del arte como mímesis. El concepto de belleza es muy amplio y ambiguo y además la belleza se encuentra fuera de las bellas artes, por no mencionar que las bellas artes también cultivan el feísmo y valores estéticos que no tienen que ver con la belleza sino con las deformidades más repulsivas, tales como ratas, vómitos, ojos cortados por una navaja de afeitar, &c.

No es infrecuente señalar como rasgo distintivo del arte el que éste produce experiencias estéticas. La esencia del arte descansa ahora en el efecto que una obra de arte produce en el receptor. Las críticas que podemos hacer a esta concepción son similares a las que dirigíamos a la idea de arte como técnica de construcción de formas bellas. Es evidente que, en uno y otro caso, la definición es demasiado amplia, porque la experiencia estética está presente en otras prácticas, o situaciones ajenas al arte. Además con frecuencia la experiencia estética se define a su vez por el arte, lo que nos conduce a un círculo vicioso.

Las artes mecánicas moderan y canalizan las fuerzas de la naturaleza con vistas a un determinado fin. Las bellas artes moderan y canalizan la estética de las cosas según su legalidad interna, a partir de técnicas heredadas.

La belleza la podemos definir como la estética del poder, teniendo en cuenta que el poder es siempre plural. No hay un solo grupo de poder en el seno de una sociedad, sino múltiples, y ordenados en órdenes y categorías plurales (poder social, político, económico...)

Por lo demás el poder es siempre o casi siempre suprasubjetivo, pues es el poder de grupos envueltos por instituciones heredadas que moldean y conforman a los propios sujetos.

La estética del poder con todo tiene una objetividad suprasubjetiva, en el sentido de que dicha estética no es un mero reflejo del poder, sino que es parte esencial del poder e incluso lo refuerza y consolida. La estética calculada y estudiada que rodea a una monarquía determinada tiene una estructura objetiva que contribuye al poder del propio grupo.

El poder de los faraones en el antiguo Egipto es condición de posibilidad de la existencia de dichas pirámides, y las pirámides incorporan dichas relaciones de poder, pero subsumidas en un orden superior con una objetividad propia, irreductible a la situación de poder de los faraones. Lo que queremos decir es que las pirámides no pueden surgir al margen de las relaciones de poder, y tampoco seguramente pueden ser entendidas al margen de las relaciones de poder entre grupos, pero al mismo tiempo ellas quedan integradas en un orden suprasubjetivo que segrega a los sujetos que las hicieron posibles y que las interpretan por más que, sin las interpretaciones de los sucesivos grupos, las pirámides carezcan de sentido.

Este modo de entender la belleza permite explicar por qué pueden ser considerados bellas algunas morfologías naturales como una puesta de sol, o un cielo estrellado. La belleza de estas morfologías naturales vendría dada por el lugar que estas morfologías ocupan en el horizonte de los planes y programas de dichos grupos de poder.

La fealdad por otro lado y desde este punto de vista no sería otra cosa que la estética del poder inferior y subordinado, percibida desde un poder mayor.

La belleza admite por lo demás múltiples clasificaciones. Podemos hablar de una belleza sensible e inteligible. Podemos hablar de una belleza intrasomática, intersomática y extrasomática. Rafael Vázquez Suárez, Preámbulo para una filosofía materialista del arte