José Ortega y Gasset

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José Ortega y Gasset

José Ortega y Gasset (1883-1955). Filósofo español nacido en Madrid en el seno de una familia acomodada. Se doctoró en la Universidad de Madrid en 1904. Defensor del europeísmo y precursor de la ideología del Estado de las autonomías en España, sigue teniendo gran influencia en el presente. Entre sus obras más importantes se encuentran: Meditaciones del Quijote (1914), España invertebrada (1921), El tema de nuestro tiempo (1923), La rebelión de las masas (1930), La redención de las provincias y la decencia nacional (1931), Historia como sistema (1935).

«Don José Ortega y Gasset (1883-1955)

1. El objetivismo de Ortega.

Hay que europeizar España y para ello es necesario importar la ciencia. La ciencia es objetividad y rigor. Esta etapa del pensamiento de Ortega llega hasta 1914.

Se trata de volver a las cosas mismas. En cualquier querella intelectual la última palabra no la puede tener la doxa, la opinión, sino el crisol de nuestras posturas teóricas, que son las cosas. Lo subjetivo es el error. Tienen mayor valor significativo un teorema algebraico o una vieja piedra del Guadarrama que todos los empleados de un Ministerio.

Claro está, que las cosas mismas necesitan ser pulidas para que se nos aparezcan en toda su realidad. Ello es el resultado de la actividad teórica del hombre. Dicha actividad no puede suprimirse sin correr el riesgo de que nos quedemos sin conocer lo que las cosas sean.

Ello es porque no basta con ver las cosas; es menester pensarlas, reconstruirlas. Para que haya ciencia hace falta un distanciamiento, un objetivamiento de las cosas sobre las que queremos hacer ciencia, una perspectiva, que ya no es un mero recortar las cosas, sino un pensarlas de forma abstracta, un mirarlas desde el plano superior de la abstracción para que sea posible un saber racional sobre ellas, una teoría.

Pero la teoría sola no basta para pensar las cosas; o, mejor dicho, la teoría sólo es tal teoría en la medida en que se da en un pensamiento sistemático; esto es, en la medida en que es posible situar las cosas dentro de un armazón de coordenadas al modo como se sitúa un punto geográfico en un mapa. Hace falta un sistema teórico.

Hasta tal punto está Ortega convencido de la necesidad ineludible del sistema para orientarse en el pensamiento, que llega a afirmar que esa verdad es una de las pocas verdades adquiridas por el hombre sobre las que no cabe ninguna duda razonable:

"Creo que entre las tres o cuatro cosas inconmoviblemente ciertas que poseen los hombres, está aquella afirmación hegeliana de que la verdad sólo puede existir bajo la figura de un sistema". (O.C., I, pp 439 y 440)

El sistema es la mismísima condición de posibilidad para que la verdad se de. Si esto es así, si "la verdad sólo puede existir bajo la figura del sistema". Dice Kant: "Por sistema entiendo la unidad de los diversos conocimientos bajo una idea". Ello lleva a la vieja idea de la unidad del saber, idea que Ortega comparte y que puede ilustrarse magistralmente en Descartes. La ciencia, sea física o moral, debe ser hecha desde la perspectiva de la unidad. Nuestro saber debe estar informado por una voluntad sistemática tal que pueda dar razón por igual de nuestro conocimiento sobre la naturaleza y de nuestro comportamiento moral.

Así tenemos un primer Ortega objetivista que propone su doctrina filosófica como un intento de disciplinar intelectualmente a sus compatriotas. Se trata del objetivismo orteguiano y su apostolado en pro de la sistematicidad del pensar que son fruto de la circunstancia en la que él se hallaba.

2. El perspectivismo.

Esta etapa va de 1914 a 1923. Esta doctrina se llama también circunstancialismo y consiste en que no debe haber ningún dato de la realidad ni ningún problema, por nimios que nos pudieran parecer, que deban ser dejados de lado en la reflexión filosófica. El método de la circunstancialidad parte de la reflexión sobre las cosas que nos son más próximas, las cosas que nos rodean, para elevarse paulatinamente a las más lejanas.

Según Ortega, la realidad se nos ofrece en forma perspectivista:

"La verdad, lo real, la vida -como queráis llamarlo-, se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo." (O.C., II, p. 19)

El perspectivismo sostiene la multiplicidad de los posibles puntos de vista sobre la realidad, pero esta multiplicidad debe ser unificada desde algún principio rector. Este principio rector radica, para Ortega, en la afirmación de que esas perspectivas múltiples no son contradictorias y excluyentes unas para las otras. Muy al contrario, esas perspectivas deben ser unificadas, porque en cada una de ellas hay una gota de verdad; de modo que "la Verdad" estará constituida por la unificación de las múltiples perspectivas. Ello lleva a entender la verdad como algo que se va alcanzando paulatinamente en la medida en que se van unificando perspectivas.

Según esto, el otro tiene un valor en sí, en cuanto sujeto de perspectivas, aunque su perspectiva no coincida en ningún momento con la mía. El otro será más valioso en la medida en que refleje mejor su perspectiva, en la medida en que sea más fiel a su individualidad. El único imperativo que puede mantenerse como absoluto es, precisamente el imperativo de la individualidad, el que nos ordena ser fieles a nuestros propios puntos de vista.

Para no caer en el escepticismo ni en el relativismo se impone la solución de la síntesis de las perspectivas. Esta síntesis puede ser resumida en el plano moral, político o religioso con el término "tolerancia". Tolerancia no significa la renuncia a las propias posiciones o el empeño en que el otro renuncie a las suyas. Por el contrario, tolerancia significa la aceptación de que las posiciones del otro tienen el mismo derecho a existir que las mías, porque unas y otras son parciales y complementarias. Así entendida, la tolerancia es un valor positivo que cimenta la convivencia dentro de la sociedad.

3. El raciovitalismo.

El raciovitalismo es la madurez filosófica de Ortega. Abarca de 1923 a 1955. El raciovitalismo es, el intento filosófico orteguiano de superar el irracionalismo a que lleva el vitalismo, y también, a la vez, de corregir la miopía intelectual que significa el racionalismo. El raciovitalismo es desarrollo y concreción del perspectivismo porque es una meditación sobre las dos perspectivas más radicales en las que el hombre está situado: la perspectiva de la vida y la perspectiva de la razón.

El raciovitalismo es pues, un intento de asumir lo que de positivo hay en el vitalismo sin renunciar para ello a lo que de valioso hay en el uso teórico de la razón.

La primera tesis del raciovitalismo afirma que la realidad, la vida como su faceta más significativa, tiene primacía ontológica. El pensamiento viene después y debe abordar esa realidad y esa vida que le son preexistentes.

La vida es la realidad radical y preexiste al pensamiento. La razón debe dar razón de lo que hay. Mi vida al ser mi realidad radical, es intransferible a ningún otro hombre.

La radicalidad de la vida para el hombre no es, pues, la de cualquier vida, sino la vida de quien tiene conciencia para dar cuenta y razón de ella. Esta perspectiva característica de la vida humana plena, que permite al hombre saberse en sus circunstancias, viene proporcionada por el pensamiento.

Dado que el hombre está destinado a actuar, y la forma humana de actuar está regida por el pensamiento, el hombre ha tenido que desarrollar todas las potencialidades de éste último para lograr la pervivencia. Precisamente la necesidad del hombre de pensar y su capacidad de ensimismarse, de retraerse en sí y de distanciarse de las cosas es la separación radical existente entre la vida humana y cualquier otra clase de vida. Con ello se introduce en la vida la razón, porque el hombre necesita de ella para la pervivencia. Aunque ahora ya será una razón consciente de sus limitaciones y no la razón legisladora universal del racionalismo. El juego dialéctico entre razón y vida será el que permita la caracterización peculiar del raciovitalismo orteguiano.

La segunda tesis del raciovitalismo es que el hombre tiene pensamiento, piensa. El conocer implica que el hombre se haga consciente de lo que le falta y descubra su ignorancia sobre sí mismo y sobre la realidad. El conocimiento está en progreso permanente, en continua ampliación.

3.1. Ideas y creencias.

Una de las formas de manifestarse el pensamiento nacido de la necesidad radical del hombre, la necesidad en la que el hombre se halla, es lo que llamamos "ideas". Las ideas constituyen las coordenadas con las que el hombre se orienta en el mundo y con las que pretende solucionar su necesidad radical y cualquier otra necesidad adventicia de la que tome conciencia.

Las ideas son heterogéneas. Esta heterogeneidad es la que lleva a Ortega a clasificarlas en "ideas" propiamente dichas y "creencias". Las ideas son aquellos pensamientos que construimos y de los que somos conscientes; esto es, las ideas las tenemos y discutimos porque no nos sentimos totalmente inmersos en ellas. Las creencias, por su parte, son una clase especial de ideas que tenemos tan asumidas que no tenemos ni siquiera necesidad de defenderlas, porque en las creencias vivimos inmersos, son nuestra realidad y como tal realidad las tomamos sin hacernos habitualmente cuestión de ellas.

Las creencias son la realidad intelectual en la que vivimos; contamos con ellas y no sentimos la necesidad de formularlas explícitamente ni defenderlas.

En contraste con las ideas, que nosotros poseemos, las creencias nos poseen a nosotros, porque nos rodean al modo como lo hace el aire que respiramos. Hasta tal punto estamos impregnados de nuestras creencias, que la carencia de ellas paralizaría nuestra acción, sería nuestra muerte en cuanto hombres como sería nuestra muerte biológica la carencia de aire.

Es también una nota característica de las creencias la de haber sido recibidas, la de estar ya ahí antes que nosotros. Precisamente por ser recibidas, por precedernos a los hombres que estamos en ellas, son compartidas por los miembros de la comunidad humana sin que nadie o muy pocos se lleguen a hacer cuestión de ellas.

La duda es la primera actitud reflexiva de hombre que ha dejado de hacer pie en la realidad de una creencia y tiene que buscar la solidez de un nuevo asentamiento sobre el que vivir.

Las ideas son pensamientos y como todo pensamiento es reflexivo y crítico, esto es, no nos permite vivir en él confortablemente establecidos, sino que está en un continuo hacerse y deshacerse, somos capaces de morir por ellas, pero no de vivir de ellas.

4. El hombre y la historia.

El hombre no tiene naturaleza, tiene historia. El hombre es un ser que se está haciendo incesantemente a sí mismo, tiene futuro. Por ello tiene que recordar el pasado. El recuerdo del pasado es lo que le permite encontrar las coordenadas necesarias para orientarse hacia el futuro. Nuestro pasado es función de nuestro futuro.

4.1. La idea de las generaciones como modo de comprender el pasado.

La dimensión histórica del hombre, que hace que su naturaleza consista en su pasado, no es algo que afecte al hombre abstractamente considerado, ni tampoco se da sólo ni principalmente, en el hombre como individuo.

Por otra parte, la historia nos aparece como un todo continuo que hay que poder diseccionar para comprenderlo. Ortega introduce una división pormenorizada de la historia que es la teoría de las generaciones.

La generación es, pues la unidad molecular en que la historia se divide. Ortega propone el concepto de generación como eje interpretativo de la historia.

Por ser los individuos de una misma época partícipes de una herencia común, cada generación vive de los mismos presupuestos teóricos. Hasta tal punto existe una comunidad de estos presupuestos, que siempre serán mayores los parecidos entre los hombres de una generación que sus diferencias, por más que ellos se empeñen en resaltar las diferencias en las ideas que propugnen o discutan.» Felipe Giménez Pérez

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