Laicismo
Laico originariamente (primera acepción) significa «lego», como designación de aquellos grados de servidores del clero que no habían alcanzado el estado eclesiástico propiamente dicho (y en especial el sacerdocio). Por extensión (segunda acepción), «laico» designaba al conjunto de fieles que no eran ni sacerdotes ni legos (si bien las orientaciones eclesiológicas de la Iglesia católica después del Concilio Vaticano II, influenciadas por el protestantismo, tienden a atenuar la diferencia entre laicos y eclesiásticos, facilitando la intervención de los laicos de primera acepción en algunos «ministerios laicales»). Por ulterior extensión (tercera acepción), «laico» llega a designar a los ciudadanos, que bautizados o no, ignoran a la Iglesia y viven totalmente desacralizados al margen de ella como «pro-fanos».
Esta tercera acepción del término «laico» está vinculada a la ideología del laicismo, propia de movimientos de «izquierdas» que conciben la necesidad de organizar las instituciones del Estado, y en especial la educación, al margen de toda «contaminación religiosa» e incluso en contra de la religión misma que se toma como referencia. El Estado laico, en su situación más pura, ignora las religiones y ni siquiera las reconoce como una realidad social o institucional (como de algún modo las reconoce el llamado Estado aconfesional).
Conviene subrayar la conexión efectiva (no ya jurídica, civil o canónica) entre el laicismo político y el formalismo constitucional del Estado de derecho que se define como laico. El laicismo es, en efecto, un formalismo que toma en serio (con metodología idealista) la definición jurídico constitucional del Estado laico como designación de un Estado político realmente existente.
Ahora bien, desde una metodología materialista, el Estado carece de sentido al margen de su materia, representada entre otras cosas por la sociedad civil. Según esto, la definición laica del Estado no puede tomarse como una definición real, sino puramente nominal e ideológica, porque si la sociedad civil es religiosa, y vinculada a una religión que exige publicidad y propaganda fide, entonces el Estado laico sólo podrá ser reconocido, por el materialismo, como una superestructura jurídica, una ficción generada por el formalismo que supone la realidad de una sociedad política laica, aun cuando de hecho se manifiesta continuamente su condición religiosa en mil formas (templos, procesiones públicas, ritos de paso, establecimientos de enseñanza, etc.).
El laicismo, como formalismo político, al no poder reconocer explícitamente, en virtud de su ideología, los componentes religiosos de la sociedad civil, se verá necesitado a recurrir a la ficción de considerar a las iglesias como «instituciones culturales». Por ejemplo, si un Estado laico apoya la restauración de un templo, lo hará bajo la ficción de apoyar a la cultura, pero no a la religión.
Enlaces de interés
- Laicismo en Teatro Crítico.
- Gustavo Bueno, «Laicismo», en Teselas.