Leucipo

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Leucipo (floruit 440 a. n. e.) Su doctrina consiste en afirmar que sólo existen los átomos y el vacío (to kenón), donde se mueven los átomos, formando infinitos mundos y los distintos cuerpos que conocemos (véase atomismo).

De Leucipo se sabe muy poco. La tradición peripatética (Simplicio, Teofrasto) dicen que era de Mileto o de Elea, y Simplicio hace de él una contrafigura de Parménides (de quien dice fue discípulo): si Parménides consideraba al Ser uno, Leucipo múltiple; si aquél dijo que el no-ser no existía, éste defendió la existencia del vacío; si Parménides enseñó la inmovilidad del Ser, Leucipo defendió que el Ser se mueve. Ciertamente una contrafigura tan puntual del maestro haría de Leucipo un discípulo tan fiel como si hubiera seguido puntualmente las opiniones del maestro. Leucipo parece un jonio que ha tomado contacto crítico con los eleatas (acaso con Meliso); que se ha establecido en Abdera, ciudad de fundación jonia, situada en el límite de Tracia y Macedonia; ciudad rica de tránsito de los ejércitos persas hacia Grecia. Leucipo (hacia el 440-435) habría escrito un libro, «El Gran Orden del Cosmos», pero, sobre todo, fue el maestro del gran Demócrito, uno de los sabios más influyentes de toda la antigüedad.

La teoría de la estirpe eleática del atomismo procede del círculo peripatético. Aristóteles la expone en «De generatione et corruptione» (A, 8). Juan Burnet sostuvo la tesis de las bases metafísicas (eleáticas o pitagóricas) de la teoría atomística general, señalando fuentes jonias a muchas doctrinas de detalle de los atomistas (astronomía infantil de Leucipo y Demócrito: la tierra es como un pandero, la teoría del vórtice o torbellino en el origen de nuestro Mundo, etcétera). La teoría de que los átomos de Demócrito proceden del ente de Parménides —y son como el rompimiento en mil pedazos de este Ente— tiene muchos defensores, que ven en ella, además, un modo de hacer patentes las fuentes no empíricas de lo que para muchos es, sin embargo, una evidencia científica. Burnet (y le siguen muchos, entre ellos Kirk y Raven) sugiere que el atomismo está ya prefigurado en el propio Meliso, cuando, seguramente en contra de Anaxágoras, había formulado una condicional cuya condición daba por absurda: «si hubiera múltiples cosas, cada una sería un ente de Parménides». A esto —dice Burnet— Leucipo habría respondido: «¿Por qué no?». Interpretamos nosotros: ¿por qué no poner la condición una vez aceptada la condicional? Pues el centro del asunto reside en esta condicional. ¿Es posible hablar de Seres de Parménides en el contexto (condición) de la multiplicidad? No: «si hubiera múltiples entes, cada uno de ellos sería un ente de Parménides, es decir —sobre todo si lo suponemos infinito— absorbería a los demás y nos reconduciría a la unicidad del ser». También es cierto que en un argumento dialéctico, en el sentido de Aristóteles, la condicional puede conceder ya tanto al adversario (para absorberle) que le abre camino. Y acaso pudiera verse en el argumento de Meliso la sombra de una duda, que obligase a atribuir una urgencia singular al atributo de la infinitud del Ser. En todo caso, en el contexto de Meliso, el atomismo no podía configurarse sin una previa negación del atributo de la infinitud: los átomos debían ser finitos y debía existir el vacío entre ellos (el infinito reaparecerá en el número de los átomos —infinito discreto— y en el infinito dimensional del vacío —un infinito continuo). En este sentido, y tal como estamos interpretando el alcance de la condicional de Meliso, es evidente que presentar al eleático Meliso como prefigurador del esquema atomístico prueba demasiado, precisamente porque esos múltiples entes son incompatibles con la infinitud de cada uno de ellos. No podemos pensar «átomos de Meliso» y sería preciso comenzar por presuponer una vuelta a la tesis de la finitud de Parménides.

Las relaciones que los atomistas distinguen entre los átomos, así como las operaciones, quizá pudieran reducirse a dos tipos: aproximación y distanciación. Es decir: entrelazamiento y dispersión. Todas las cosas, dicen Leucipo y Demócrito, se generan a partir de este entrelazamiento y de esta dispersión. El entrelazamiento es posible porque los átomos tienen rugosidades, incluso asas y ganchos. Podríamos pensar que el entrelazamiento tiene que ver con el Amor de Empédocles, y la dispersión con el Odio, sobre todo teniendo en cuenta el «principio de gravitación lógica» que, en un fragmento de Diógenes Laercio atribuido a Leucipo, toma su forma positiva (o mejor, la forma de la identidad), mientras que en otro atribuido a Demócrito toma una forma negativa (o acaso la forma de la sinexión). Tras el torbellino, cuando todo está girando, tocando los átomos unos con los otros con toda clase de giros, «comienza a separarse lo igual hacia lo igual» —dice Leucipo. Y Demócrito: «Los átomos están en discordia, y se mueven a causa de sus mutuas desemejanzas y las demás diferencias ya mencionadas y, al moverse, colisionan y se entrelazan». Podíamos, benévolamente, interpretar estas desemejanzas como direcciones opuestas o distintas, porque si los átomos se movieran paralelamente (que fue la hipótesis de Epicuro) jamás habría un comienzo del torbellino, salvo que se introdujese la declinación de la recta o «clinamen». Puesto que Demócrito hace de las mutuas desemejanzas la causa del moverse en el vacío, y si interpretamos las desemejanzas como velocidades diversas, ¿sería excesivo atribuir al atomismo clásico la intuición de una suerte de principio de la relatividad de Galileo?, ¿habrían visto los atomistas que, si los átomos se mueven eternamente a la misma velocidad (módulo, dirección y sentido), permanecerían en reposo relativo, no habría movimiento «en el vacío»? En este supuesto, podría decirse que son las mutuas desemejanzas la causa del moverse. Si en el atomismo clásico no hay «clinamen» es porque previamente se ha introducido la multidireccionalidad de los movimientos: ésta juega el papel del «clinamen» (Gustavo Bueno, «La metafísica presocrática» Pentalfa Ediciones, Oviedo 1974, páginas 328-329, 331-332, 354-355).

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