Diferencia entre revisiones de «San Agustín»

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* Alfonso Fernández Tresguerres, [http://www.nodulo.org/ec/2006/n050p11.htm «De Jesús al cristianismo»], ''El Catoblepas'', nº 50:11, abril 2006.
 
* Alfonso Fernández Tresguerres, [http://www.nodulo.org/ec/2006/n050p11.htm «De Jesús al cristianismo»], ''El Catoblepas'', nº 50:11, abril 2006.
 
* José Ramón San Miguel Hevia, [http://www.nodulo.org/ec/2007/n064p08.htm «El Evangelio y el Imperio. San Agustín»], ''El Catoblepas'', núm. 64:8, junio de 2007.
 
* José Ramón San Miguel Hevia, [http://www.nodulo.org/ec/2007/n064p08.htm «El Evangelio y el Imperio. San Agustín»], ''El Catoblepas'', núm. 64:8, junio de 2007.
* [http://buscador.lechuza.org/resultados.php?texto=San+Agust%EDn&xx=buscar San Agustín] en Lechuza.
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* [http://buscador.lechuza.org/resultados.php?texto=Agust%EDn&xx=buscar Agustín] en Lechuza.
  
 
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Revisión de 22:35 2 ago 2012

San Agustín de Hipona

San Agustín (354-430) nació en Tagaste. Inicialmente estuvo influido por el sensualismo y el maniqueísmo, pero tras dedicarse a enseñar la retórica sufre una transformación total, recibiendo el bautismo de San Ambrosio en 387 y siendo nombrado obispo de Hipona en 395. San Agustín es considerado autor poco sistemático, pero acuñador de las doctrinas más importantes y características del cristianismo. Suya es la doctrina de la iluminación divina, que señala que el hombre puede conocer una cosa gracias al ejemplar que Dios ha infundido en la mente humana; también suya es la concepción de la Trinidad cristiana, enunciada en De Trinitate, y la doctrina del libre arbitrio enunciada en De libero arbitrio, donde se señala que el Sumo Bien es Dios y, frente al maniqueísmo, el mal es producto del error humano, ya que el libre albedrío implica que pecamos libremente.

«MARCUS AURELIUS AUGUSTINUS. SAN AGUSTÍN (354-430).

Es el primer gran filósofo cristiano. Es un neoplatónico cristiano que intenta hacer una gran filosofía cristiana alternativa y diferente a la filosofía neoplatónica pagana. Es el acuñador de las doctrinas más importantes y características del cristianismo.

1. Fe y razón según San Agustín.

La fe es el principio valorativo de las verdades descubiertas por la razón. La fe es su principio de unidad sistemática. La razón está subordinada a la fe. No es posible un gobierno platónico de filósofos. Sería un caos. Nulla potestas nisi a Deo. Sólo Dios puede ser la garantía del orden político.

La fe, además es un auxilio para la razón. No está la fe para ilustrar, sino para curar.

Dice San Agustín: Credo ut intelligam. No hay ninguna diferencia esencial entre filosofía y teología. Ambas se ocupan de lo mismo: de Dios, de la Verdad. Nisi credideretis, non intelligetis.

El primer paso hacia la verdad, no está en la razón, sino en la fe. Crede ut intelligas. Para entender, hay que creer. La fe precede a la razón. No basta que busques entender para creer, sino que hay que creer para poder entender; la intelección es el premio de la fe. Por lo demás, la razón debe ilustrar las verdades de la fe. Si non potes intelligere, crede ut intelligas. La razón debe seguir a la fe. La fe es el único medio para llegar a la comprensión adecuada de la verdad. La fe y la razón son dos términos que se reclaman y compenetran mutuamente.

Desde San Agustín la filosofía sólo existe como ancilla fidei: servidora de la fe. La filosofía está subordinada a la teología como los medios a los fines. Hay entonces una cierta servidumbre de la razón a la fe.

2. El alma.

El hombre es un alma racional que se sirve de un cuerpo. Esto viene de Platón. Como cristiano que es, San Agustín tiene buen cuidado de recordar que el hombre es la unidad del alma y del cuerpo; cuando hace filosofía, vuelve a utilizar la filosofía neoplatónica. El alma tiene una trascendencia jerárquica sobre el cuerpo. El alma está unida al cuerpo por la acción que sobre él ejerce continuamente para vivificarlo.

Resulta muy difícil saber cuál es el origen del alma. San Agustín no lo tiene nada claro al respecto. Inicialmente San Agustín sostuvo la prexistencia de las almas. Posteriormente, San Agustín pasó a sostener el traducianismo, tesis según la cual tanto el cuerpo como el alma son engendrados y transmitidos por los padres.

El cuerpo del hombre no es la tumba del alma como decía Platón en el Fedón ni es una prisión, sino más bien ocurre que ha llegado a ser así de hecho a consecuencia del pecado original, y el primer objeto de la vida moral consiste en librarnos de él.

Por lo demás, no olvidemos nunca que el alma es inmortal, pero no es eterna, como en cambio sí que ocurría en Platón. No hay reencarnación del alma. El alma no es coeterna con Dios. El alma es creada por Dios de la nada y en el tiempo. Dios creó directamente el alma de los primeros hombres o padres y tampoco olvidemos que para un cristiano como San Agustín, las almas y los cuerpos están destinados en última instancia, al final de los tiempos, a resucitar. La resurrección de la carne, de los cuerpos es uno de los dogmas fundamentales del cristianismo.

Las almas no existen previamente a los cuerpos. Dios crea un alma para cada cuerpo. El misterio de la Encarnación del Verbo supone la sacralización de la carne y el ensalzamiento del cuerpo humano en el cristianismo. La esperanza de la futura resurrección de la carne les revela a los cristianos su excelsitud y su dignidad. La encarnación no es un castigo para el alma al contrario de lo que sostenía Platón en el Fedón.

El alma es una substancia racional y el cuerpo también es una substancia

3. El conocimiento.

Conocer es aprehender por el pensamiento un objeto que no cambia y cuya misma estabilidad permite retenerlo bajo la mirada del espíritu. De hecho, el alma encuentra en sí misma conocimientos que versan sobre objetos de este tipo. La verdad es algo diferente a la verificación empírica de una afirmación, de un hecho. La experiencia sólo nos da hechos, nunca necesidad.

El alma está presente siempre a sí misma. El alma tiene apercepción. Si fallor, sum. Si dudo, sé que existo. La duda supone un sujeto que dude: el alma. Lo que en San Agustín aparece como una intuición filosófica, en Descartes se convierte en idea clave de su sistema.

Distingue San Agustín entre conocimiento empírico y la intuición intelectual. El método de San Agustín consiste en ir de la exterior a lo interior y de lo inferior a lo superior. Noli foras ire, in teipsum redi; in interiore homine habitat veritas; et si tuam naturam mutabilem inveneris, trascende et te ipsum.

Hay así tres escalones: 1. Noli foras ire. 2. In teipsum redi. 3. Trascende et te ipsum.

Hay verdades en mi conciencia. Tales verdades proceden de Dios. Ecce tibi est ipsa veritas. Dios es el garante de la verdad. Dios es la luz. Dios ilumina al alma. Las verdades son eternas e inmutables. Necesarias, inmutables y eternas: estos tres atributos se resumen diciendo que son verdaderas. Así, pues, su verdad depende, a fin de cuentas, de que tienen que ser, porque sólo es verdadero lo que verdaderamente existe. Nuestra alma está en posesión de conocimientos verdaderos e innatos. Sin embargo, nuestros conocimientos verdaderos no proceden de la experiencia. La verdad no es algo empírico. La verdad está en la razón, por encima de la razón.

En el hombre hay algo que lo trasciende. Es la verdad. Las verdades presentes en la razón humana apuntan hacia algo trascendente. No podemos separar en San Agustín el problema de la existencia de Dios y el problema del conocimiento. Es Dios, la fuente de las verdades eternas. Doctrina de la iluminación divina. El hombre puede conocer una cosa gracias al ejemplar .que Dios ha infundido en la mente humana. Dios es la luz que ilumina el alma y la razón humana. Dios ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Gracias a tal iluminación, podemos llegar a conocer las verdades universales, necesarias e inmutables y podemos tener conocimiento de las Ideas que están en Dios.

4. Dios.

Según el cristianismo Dios es trascendente al mundo. Dios es inefable y es más fácil hacer teología negativa sobre él que teología positiva. Se le puede llamar a Dios Ipsum esse subsistens. Dios le dijo a Moisés: Ego sum qui sum. Propiamente hablando la denominación de esencia, de realidad plena y total sólo le conviene a Dios (essentia). Sabemos que Dios existe porque existe la verdad, pero no podemos conocerlo porque su naturaleza se nos escapa.

Dios es Uno y Trino. Agustín concibe la naturaleza divina antes que las personas. Su fórmula de la Trinidad será: una sola naturaleza divina subsistiendo en tres personas.

Dios ha creado el mundo ex nihilo. Las cosas por eso no pueden existir por sí mismas.

Es seguro que Dios, por estar dotado de suprema inmutabilidad, no ha desplegado su acción creadora a través del tiempo. Expresándose por completo en su Verbo, contiene eternamente en Sí, en la mente divina las ideas ejemplares de todas las cosas, los modelos arquetípicos de todos los seres posibles, sus formas inteligibles, sus leyes, sus pesos, medidas y números. Las Ideas de todas las cosas están precontenidas en la mente divina formando una identidad y consustancialidad con la misma esencia divina. Todos los seres pasados, presentes y futuros están prexistentes en las ideas divinas. Estos modelos eternos son las Ideas increadas y consustanciales con Dios con igual consustancialidad que el Verbo. Para crear el mundo, Dios no ha tenido más que decirlo; al decirlo, lo ha querido y lo ha hecho. Las cosas pasan de la posibilidad a la existencia real por la creación. Crear es pasar a tener una existencia. De una sola vez, sin sucesión de tiempo, ha hecho existir la totalidad de lo que fue entonces, de lo que es actualmente y de lo que será en adelante. Todos los seres futuros han sido, pues, producidos desde el origen, junto con la materia, pero en forma de gérmenes (rationes seminales) que debían o deben aún desarrollarse en el decurso de los tiempos, según el orden y las leyes que Dios mismo ha previsto. La creación es libre y voluntaria. Dios creó al mundo cuando quiso y como quiso. No creó Dios el mundo en el tiempo, sino con el tiempo. El tiempo comienza a existir con el mundo. Dios creó todo a la vez. Pero la creación no se ha terminado aún. Dios continua conservando las cosas en su ser y gobernándolas mediante su providencia a través de los siglos. Al principio, cuando Dios era y estaba solo, creó la materia informe y caótica en la que depositó los gérmenes o rationes seminales de los que irán saliendo las cosas y seres que posteriormente vayan apareciendo en el mundo, conforme al modo y al tiempo que previamente les fue señalado. La creación es así para San Agustín simultánea y sucesiva.

La historia del mundo es la historia de un despliegue o evolución perpetuos. En Adán están en potencia todos los hombres de la Historia.

Las más nobles criaturas de Dios son los ángeles. A continuación viene el hombre, pero compuesto de cuerpo y de alma. El alma se halla unida al cuerpo por una inclinación natural que la mueve a vivificarlo y a moverlo.

5. De libero arbitrio.

Dios es el Bien Absoluto e inmutable. El bien es proporcional al ser. El mal no existe, más que tener causa eficiente, tiene causa deficiente. San Agustín formula la doctrina del libre arbitrio enunciada en De libero arbitrio, donde se señala que el Sumo Bien es Dios y, frente al maniqueísmo, el mal es producto del error humano. El mal es una privación. El pecado original ha producido la rebelión del cuerpo contra el alma, de donde proceden la concupiscencia y la ignorancia. El hombre es un ser caído, pero redimido por Cristo. El hombre es libre pero también es hombre porque es libre. No se es hombre si no se tiene libertad. El hombre puede decidir. El hombre puede y debe tender a Dios como a su propio fin, consciente y voluntariamente. Debe tender al bien, que es Dios. El hombre será libre cuando sirva a Dios, esclavo si no lo hace, infeliz si no lo consigue.

En el estado de caída en que se encuentra, el alma no puede salvarse por sus propias fuerzas. El hombre ha podido caer espontáneamente, es decir, por su libre albedrío; pero su libre albedrío no le basta para levantarse. No basta con querer, hace falta, además, poder. El hombre es incapaz de levantarse sin la gracia de la Redención. Es necesaria la gracia. La gracia divina le es necesaria al libre albedrío del hombre para luchar eficazmente contra los asaltos de la concupiscencia, desordenada por el pecado, y para merecer ante Dios. La gracia precede en nosotros, a todo esfuerzo eficaz para levantarnos.

El hombre fue creado en libertad, con capacidad de amar a Dios, pero por el pecado original, como hombre, caído, perdió la libertad que tenía. Se alienó de Dios. El hombre pecador está alienado de Dios. Por ello, incluso, la perdió la libertad, pero conservó el libre arbitrio (liberum arbitrium) o voluntad de poder recuperar la libertad perdida.

El hombre peca por libre arbitrio, no por libertad. Hacemos el mal solos, pero no el bien, para el que necesitamos la gracia de Dios. El libre arbitrio es el poder pecar. El hombre sólo, sin la gracia, sólo puede hacer el mal. Sólo por la gracia me hago libre. Por la gracia vuelve el hombre a alcanzar la libertad que por el pecado perdió.

Hay que distinguir entre libertad y libre arbitrio.

1. La libertad. Que el ser humano sea libre, implica que tiene capacidad para elegir entre el bien y el mal. Por libertad entiende San Agustín el estado de bienaventuranza o felicidad en el que el ser humano goza de Dios y no puede pecar

Desde el punto de vista teológico el creyente se encuentra en una situación de cierto dramatismo, porque puede salvarse, si elige el bien, o condenarse, si opta por el mal. Aún más: aunque elija el bien por su libertad, él sólo no puede salvarse, debido al pecado de origen, sino que necesita de la ayuda divina, es decir, de la gracia. Además, la apuesta por el bien no tiene solamente un carácter individual, sino también social. Esto último lo simboliza Agustín en las ???dos ciudades??? de su obra ???La ciudad de Dios???

2. El libre arbitrio. Por libre albedrío hay que entender la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, lo que es propiedad de los seres humanos.

Este asunto enfrentó a San Agustín con los maniqueos (seguidores de la doctrina de Manes) y los pelagianos (seguidores de la doctrina de Pelagio), ambos coetáneos de San Agustín.

Manes era un pensador persa que defendía un dualismo de dos principios opuestos, el bien y el mal o la materia y el espíritu. Cuando predomina el principio del mal, el hombre se ve obligado a pecar, sin que tenga ninguna culpa o responsabilidad y, por tanto, sin tener que ser castigado. Contrariamente, el principio del bien le conduce a actuar conforme a la virtud, sin que tenga ningún mérito. Todo está, pues, establecido de antemano, según la concepción maniquea, y no existe capacidad de elección.

Contra los maniqueos, Agustín defiende la existencia de la voluntad o libre albedrío, que puede elegir sin la coacción del principio del mal. Elegir el mal es responsabilidad del hombre libre, que no puede achacar a un principio o dios malo. Mediante el libre albedrío y la ayuda de la gracia, los seres humanos pueden orientarse hacia el bien.

Pelagio, cuyo nombre original irlandés era Morgan y en celta ???hombre del mar???, de ahí su nombre latino de Pelagius, mantenía que la redención libró al hombre del pecado y lo salvó, dándole la posibilidad de llevar una vida limpia, mediante la gracia recibida. Por tanto, no hace el mal.

Agustín oponía a esta doctrina la existencia del pecado original, con cuya marca nacen todos los seres humanos. Al ser concebido el hombre con esa mancha, es un pecador, pero el libre albedrío, apoyado en la gracia, puede conducirle al bien. De este modo ???Dios juzgó más conveniente sacar bienes de los males que impedir todos los males???.

Por sí mismo el hombre sólo puede pecar, por eso necesita la ayuda divina. ???No basta la sola voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios; tampoco sería suficiente la misericordia de Dios, si no la acompañara la voluntad del hombre???.

Así, de una manera tan matizada, San Agustín salva, a la vez, la libertad y el libre arbitrio, haciendo compatibles estos dos términos. La libertad en cuanto libertad se perdió a causa del pecado original, pero Dios concedió al ser humano el libre albedrío para que pudiera elegir el bien y salvarse con ayuda de la gracia.

Todo esto se dice en el libro de San Agustín ???De libero arbitrio???, ???Del libre albedrío???. Este libro lo escribió San Agustín en Roma, Tagaste e Hipona entre los años 386 y 395 y consta, a su vez, de tres libros, con el diálogo entre el autor y su amigo Evodius.

El libro I trata del mal. Si Dios lo ha creado todo, también será responsable del mal.

El libro II reflexiona sobre estas dos cuestiones:

1. ¿Por qué nos ha dado Dios la libertad, causa del pecado?

2. Objeción: Si el libre albedrío ha sido dado para el bien, ¿cómo es que obra el mal?

Se pregunta el autor si existe Dios, del que todo procede. Responde afirmativamente por la ordenación de la realidad que estableció su sabiduría. Lo creado participa (platonismo) de una forma trascendente (Dios), argumenta Agustín, siguiendo las huellas platónicas.

El libro III reflexiona acerca de la libertad. Se pregunta si es compatible con la presciencia divina. Responde que sí. El pecado desordena el mundo, por lo que debe ser castigado para restablecer la justicia. El hombre cuenta con la gracia para ordenarse bien, sin desviarse hacia el pecado, del que es responsable por la libre decisión de su voluntad (liberum arbitrium voluntatis), de donde procede el título de la obra. Si opta por lo primero tendrá una vida feliz, mientras que si hace el mal, se alejará de Dios por su pecado.

Existe el libre albedrío, que Dios concedió al hombre para que lo utilice bien, en lugar de emplearlo para pecar, cosa que puede hacer bajo su responsabilidad. Es preferible pecar a que todo esté determinado por la voluntad absoluta de Dios, pero entonces viene el castigo, que no es un mal, sino un bien para que el hombre pueda rectificar y perfeccionarse a sí mismo.

El problema del mal fue una preocupación permanente en la vida de San Agustín, atormentándose con su pesadumbre. El mal no viene de Dios, que sólo lo permite para dirigirlo a un bien mayor.

El mal procede de los hombres, que se apartan de Dios, se alienan de Dios por el pecado por el mal uso que hacen de la libertad humana y de una mala elección: ???Dios dotó a la criatura racional de un libre albedrío con tales características que, si quería, podía abandonar a Dios, es decir, su felicidad, cayendo entonces en la desgracia??? (La ciudad de Dios, XXII, 1, 2). ¿Por qué posee el hombre el libre albedrío? Porque los mandatos divinos, que aparecen en la Escritura, de nada servirían si los humanos no tuvieran libertad para realizarlos. Entonces, sencillamente, no se habrían dado. Algo parecido ocurre con la gracia: si los hombres la tuvieran por sus solos méritos, entonces Dios no la hubiese concedido.

6. La ciudad de Dios.

San Agustín construye una teología de la historia. Su concepción de la historia es lineal. La Historia Universal se extiende desde la Creación hasta el Reino de Cristo. No existe el tiempo cíclico. Se rompe entonces con la concepción circular del tiempo propia de la Antigüedad Clásica.

Distingue San Agustín entre el amor a sí mismos de los hombres y el olvido de Dios, que configura la ciudad terrestre y el amor a Dios y el olvido de los hombres de sí mismos, que configura la ciudad de Dios. Unas veces San Agustín llama Ciudad de Dios a la Iglesia Católica y otras Ciudad Terrena a Roma.

Un pueblo, una sociedad, es el conjunto de hombres unidos en la prosecución y en el amor del mismo bien, esto es, Dios. Una multitud no unida por la justicia no forma un pueblo. No hay entonces ni pueblo ni sociedad ni Estado sin justicia. No puede haber justicia sin la Iglesia Católica. Es en la Ciudad de Dios en la única sociedad o Estado en la que reina la justicia porque su fundador y jefe es Cristo. Si un Estado no es cristiano, no es siquiera Estado. Carece de toda legitimidad. Los hombres vivimos en ciudades temporales. Los cristianos forman la Iglesia, la Ciudad de Dios. Los que fueron, los que son y los que serán son todos los elegidos que son miembros de la Ciudad de Dios. La Ciudad de Dios se halla mezclada con la Ciudad temporal. Las dos ciudades se encuentran mezcladas entre sí.; pero al final, en el día del Juicio Final, serán separadas y constituidas distintamente.

Lo temporal debe subordinarse a lo divino. El Estado a la Iglesia, aunque ésta necesite de aquél por la pax temporalis que asegure, a la vez que la Iglesia, por su parte, formando buenos ciudadanos, contribuirá a que aumente y prospere el propio Estado. Tales serían las tesis del llamado agustinismo político.

Hay que obedecer a las leyes porque todo poder viene de Dios, pero a condición de que sean justas tales leyes, porque, de lo contrario, deben ser desobedecidas.

La Ciudad de Dios es la gran obra empezada con la creación y que da sentido a la historia universal. San Agustín en ???De civitate Dei??? (416) traza una teología de la historia universal. Todos los acontecimientos culminantes de la historia universal son otros tantos momentos en la realización del plan querido y previsto por Dios. Toda esta historia está penetrada de un gran misterio, que no es otro que el de la caridad divina actuando siempre para restaurar una creación desordenada por el pecado. La predestinación del pueblo elegido y de los justos a la bienaventuranza es la expresión de esta caridad. Nuestra razón ignora por qué unos se salvarán y otros no, ya que esto es un secreto de Dios; pero podemos estar seguros de una cosa: de que Dios no condena a ningún hombre sin una equidad plenamente justificada, y esto aunque la equidad de la sentencia se nos oculte tan profundamente que nuestra razón no pueda sospechar siquiera lo que es.» Felipe Giménez Pérez

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