La oposición entre Parménides y Heráclito

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No es nada fácil caracterizar una posición ontológico-general capaz de pasar por encima de la oposición entre Parménides y Heráclito. Hablar de monismo —frente al pluralismo de Empédocles y Anaxágoras— es ya algo, pero algo muy confuso, porque también Empédocles y Anaxágoras son monistas. Empédocles defiende el pluralismo de las sustancias, de los cuatro elementos, frente a Parménides; pero ¿cómo definir a Anaxágoras, que niega precisamente la Idea de sustancia? ¿Qué puede querer decir el pluralismo de Anaxágoras frente a un monismo de Heráclito, que tampoco puede caracterizarse como monismo de las sustancias, puesto que Heráclito precisamente ha destruido la Idea de sustancia?

Utilizaremos el nombre de univocismo, pero confiriéndole un significado que permita cubrir a la propia metafísica de Heráclito (clasificada tradicionalmente como equivocista).

Univocismo es —se dice— la concepción del ser en cuanto reducido a un solo significado. Evidentemente esta definición omite todo contexto definicional y, o carece de sentido, o es totalmente confusa. Porque: 1.° es preciso que se especifique el contenido de ese significado único; 2° es preciso que se determine el campo de la definición. El campo de la definición es el mundo al margen del cual todo materialismo supone que no cabe hablar de ningún concepto de ser unívoco o análogo. Y con ello tenemos ya las claves de un posible significado operatorio dialéctico del univocismo. Del univocismo como posición ontológico-general, que no se deja reducir a la condición de simple resultado de un cierto tipo de conceptuación más o menos primitiva o infantil, puesto que se supone que es el resultado de una operación dialéctica. El univocismo lo entenderemos como una forma de regressus del mundo de las formas. La univocación ontológico-general niega que pueda coexistir aquello que es diverso. Esta es la forma negativa del principio racional que llamaremos —al exponer a Empédocles— «principio de gravitación lógica». El univocismo es algo más que una dirección de la mente en un proceso de abstracción. Se nos aparece en el contexto de tendencias sociales y culturales mucho más complejas. El univocismo es el límite de un regressus hacia una materialidad ontológico-general caracterizada por la trituración de todas las diferencias, en cuanto diferencias. El univocismo agradece por eso más la forma lógica de una tesis que la de un concepto. El univocismo puede recibir esquemáticamente la forma condicional: «sólo hay coexistencia si hay igualdad». Y entonces deberemos considerar como igualmente univocista la tesis contra-recíproca: «si no hay igualdad, y por no haberla, no hay coexistencia». La forma directa del univocismo caracterizaría a la Escuela eleática; la forma contra-recíproca caracterizaría a la metafísica de Heráclito. Según esto, cuando Heráclito enseña la perpetua disolución de todo lo que existe, está realizando la misma idea univocista de la materia que la que realiza Parménides cuando enseña que las múltiples formas del mundo son meras apariencias. El momento dialéctico del univocismo nos permite captar el rasgo común entre Heráclito y Parménides: la concepción de las formas del mundo como apariencias, como realidades cuyo ser consiste en desvanecerse.

El univocismo ontológico-general tiene precedentes pitagóricos. Los pitagóricos entendieron la realidad suprema como unidad y las múltiples realidades o mónadas infinitas que de ella participan, realizan el univocismo en su forma lógico-matemática, la de la multiplicidad extensional pura, la multiplicidad cuyas partes son iguales y, por serlo, pueden «democráticamente» coexistir. El eleatismo constituye la radicalización de esta forma directa del univocismo pitagórico. Aquello que los eleáticos criticarán a los pitagóricos es que hayan mantenido incluso las diferencias extensionales puras, proponiendo en su lugar la continuidad del ser. Por ello es sólo una media verdad decir que el atomismo de Demócrito resulta de la «pulverización» del Ser de Parménides. Heráclito se opondrá tanto más violentamente a los pitagóricos cuanto que participa de su misma ontología general univocista. Por ello, como ve a los fenómenos como desiguales les niega el ser.

Univocismo ontológico-general, en resolución, es un concepto más amplio que monismo. No prescribe que sólo existe un ser, numérica o extensionalmente hablando —porque este monismo eleático es sólo un caso límite del univocismo. El univocismo aparece también en contextos pluralistas. Y en cambio, hay pluralismos sustancialistas que ya no son univocistas.

Llamaremos «analogismo» a la alternativa ontológico-general del univocismo. Y, lo que aquí nos interesa más es que precisamente habría que ver en Empédocles y Anaxágoras a los creadores del analogismo. El concepto dialéctico de univocismo que hemos expuesto nos permite percibir en el pluralismo que se atribuye usualmente a Empédocles y Anaxágoras sencillamente un analogismo. Es decir, un pluralismo intensional ontológico general, sea sustancial —los cuatro elementos de Empédocles— sea insustancial —las homeomerías de Anaxágoras. Diremos que la analogía del ser comienza en el momento en que Empédocles establece «cuatro raíces eternas» de la realidad; y que la analogía del ser aristotélica, en su conexión con su Idea de potencia se prefigura ya en Anaxágoras, quien enseñó que cada ente «tiene a todos los demás».

Desde la perspectiva ontológico especial, la distinción central que habría que hacer en nuestro contexto, sería la distinción entre un «principialismo» ejercido en el mundo de las formas y un «cosmismo», vinculado a una negativa a reconocer principios o naturalezas simples.

El principialismo es una posición que está sistematizada por Kant en la tesis de la «Segunda antinomia»: «existe un término de la división, hay simples». Esta tesis suele conllevar un discontinuismo, cuando se combina con el pluralismo (caso de Empédocles, pero también de los pitagóricos) y precisamente la voluntad de evitar el discontinuismo reforzará la tesis de la unicidad eleática. En cualquier caso este principialismo va referido a la ontología general, aunque parte dialécticamente de la ontología especial. Los principios del mundo se encuentran fuera de él y de ahí el acosmismo, ya sea perpetuo, en Parménides, ya sea intermitente en Empédocles.

La otra posición ontológico especial podía ser denominada «mundanista»: sólo existe el mundo de las formas, el Cosmos y fuera de él no existe propiamente nada. Es cierto que Anaxágoras ha hablado de un Nous, pero no lo ha hecho funcionar, como bien lamentó Aristóteles; repetimos que el Nous es una sombra «transcósmica» en el mundanismo de Anaxágoras equivalente a la sombra cósmica que las apariencias representan en el ámbito del Ser acósmico de Parménides.

Es del mayor interés la comparación del principialismo y del cosmismo con los que caracterizamos a los sistemas de Heráclito y Anaxágoras. Sin duda podían concebirse ontologías mundanistas y principialistas, pero éstas parecen más cercanas al pensamiento mítico o incluso al primer monismo jónico (el propio Empédocles se aproxima también a esta situación). El mundanismo más racional parece agradecer mejor la negación de todo principialismo. Porque entonces, el mundo, cada fase del mundo, aparece simplemente referida a otras fases (sucesivas en Heráclito, simultáneas en Anaxágoras) en un continuismo cuya forma tiende a «cerrar» el Cosmos desde dentro.

Tanto Heráclito como Anaxágoras se aproximan a la antítesis de la segunda antinomia kantiana, a la posición de quienes desconfían de las naturalezas simples o las aborrecen, aunque no por ello aborrezcan la inmutabilidad de las formas. Porque aun cuando la ontología principialista incluya una ontología de la inmutabilidad de las formas, en cambio la ontología de la inmutabilidad no incluye el principialismo. Heráclito postula la inmutabilidad de las medidas y Anaxágoras la inmutabilidad de las homeomerías. Por ello, la oposición entre Heráclito y Parménides o entre Heráclito y Anaxágoras, formulada por medio del contraste entre el devenir absoluto y la permanencia, es también muy abstracta y confusa.

Lo más importante de los conceptos recién expuestos es su capacidad de cruzarse conduciéndonos a características esenciales de las metafísicas de Heráclito, Parménides, Empédocles y Anaxágoras.

Cuando I se compone con A, el univocismo con el principialismo, estaremos delante de una metafísica que sólo podrá reconocer un tipo de ser y un tipo de ser que sea principio de todos los demás. Tal sería el núcleo de la metafísica eleática, en cuanto se opone a lo que podría llamarse la inconsecuencia pitagórica, es decir, la aceptación de una multiplicidad de principios unívocos, de mónadas.

Cuando I se compone con B, nos aproximaremos a una metafísica que podrá genialmente concebir, como lo hizo Heráclito, a la naturaleza de la realidad como el mismo destruirse de las formas enfrentadas, como el mismo deshacerse de la línea en el infinito por división de sus segmentos. Adviértase, según esto, que si Zenón no admite en la línea los puntos pitagóricos es por motivos diversos a los de Heráclito. No por que no pueda ser detenido el proceso de división, sino porque éste no puede comenzar.

Cuando II se desarrolla en el «canal ontológico especial» de A la concepción analogista, que se ha decidido audazmente (con Empédocles) a reconocer diferencias intencionales en él, a instaurar de hecho la analogía del ser, podrá adoptar la forma principialista, reconociendo unos simples, los elementos (agua, aire, tierra, fuego). De suerte que, sin perjuicio de su acosmismo intermitente, que lo aproxima a Parménides, puede este sistema asimilarse a Anaxágoras, en tanto que conserva las formas homonímicas del mundo, al menos las que se juzgan raíces de las demás.

Y por último, cuando II, el analogismo intensional, se aparta de ese discontinuismo principialista que inspiró a Empédocles, entonces la metafísica continuista podrá formularse por primera vez. Todo es diferente, pero todo está en todo, como veintidós siglos después enseñará aun Leibniz en su Monadología.

Resumiremos las indicaciones expuestas en la siguiente tabla:

LA OPOSICIÓN HERACLITO-PARMÉNIDES.png

En la tabla sistemática del párrafo anterior la oposición tradicional Heráclito/Parménides se nos ofrece como una oposición dada dentro de una comunidad objetiva de temática metafísica.

La campaña contra las formas-sustancias discontinuas, que separan la campaña en nombre de la premisa monista univocista es el contexto común que atribuimos a Heráclito y a Parménides. Pero esta tarea puede recorrerse en dos sentidos diametralmente opuestos. El primero, movido por un impulso hacia los simples, hacia el fondo inmutable de las cosas, aun sacrificando los fenómenos. El segundo sentido, el sentido cosmístico, en el cual la presencia de las formas-unidades aparece tan inmediata que sólo será posible atacar a su unidad o sustancia, pero no a su contenido. Suponemos que el primer camino fue seguido por los eléatas y el segundo por Heráclito. Parménides ha afirmado su trayectoria por oposición a Heráclito. No puede decirse lo mismo de Heráclito; pero habría conocido a Jenófanes, un precursor del camino eleático. De este modo, la significación de Jenófanes de Colofón en esta dialéctica de las direcciones dadas en el contexto de la Metafísica pitagórica parece ser muy importante: porque Jenófanes no solamente podía haber servido de referencia polémica a Heráclito sino que también podía haber preparado el extraño camino acosmista que Parménides iba a recorrer audazmente.

Gustavo Bueno, La metafísica presocrática, Pentalfa, Oviedo 1974, pp. 176-83